Israel, a través del Plan Yinon y Estados Unidos a través de su programa «reconstruir las defensas de América» redactado por el think tank «proyecto para el nuevo siglo americano» a corto y medio plazo logró satisfacer las necesidades de dominio del eje Washington-Londres-Tel Aviv, pero lo que no sabían es que abrirían la puerta a su archienemigo Irán y, también, a sus rivales gepolíticos más importantes, China y Rusia.
¿Realmente se imaginan el poder de Irán hoy en día si existieran el emirato islámico en Afganistán, Sadam Hussein o su sucesor en Irak o en una Yemen bajo el control de Alí Abdullah Salé?. No, imposible y es que Estados Unidos e Israel, en su ignorancia, han abierto las puertas del dominio en Oriente Medio a Irán, su gran enemigo.
Primer periodo, el embrión del modelo de intervención
La invasión del Líbano por parte de Israel en 1982, que resultó con la expulsión de la OLP y Arafat a Túnez, la consolidación de las milicias cristianas como aliados de Israel, y tapón en su frontera norte, y (al mismo tiempo) el control de las regiones al sur del río Litani asegurando la ocupación de unos 800 kilómetros cuadrados en el sur del país tuvo, sin embargo, un contratiempo.
De la milicia chiita libanesa AMAL se desgajó una parte especialmente radical que pretendía replicar la república islámica de Irán, es decir, llevar el jomeinismo al Líbano al mismo tiempo que mostraban un total rechazo a Israel y al bloque occidental, especialmente a Estados Unidos (a los que hostigaron durante su periodo en el Líbano).
Este grupo, que fue fundado de facto en el mismo 1982 como reacción a la agresión israelí, no publicó su manifiesto fundacional hasta 1985. Este grupo era Hezbollah, una milicia chiita convertida en partido político, aunque sin renunciar a su ala militar, tras los acuerdos de Taif en 1992. Durante este periodo Irán, que se encontraba en guerra con la Irak de Saddam Hussein, en el ostracismo internacional salvo por la Siria de Hafez al Assad, debidió invertir su esfuerzo en el sostenimiento y la ayuda hacia Hezbollah.
Aquí quedó patente para Teherán que la mejor forma que podía usar para enfrentarse a Israel y Estados Unidos, principalmente, aunque contra Arabia Saudí también, era capitalizar a los chiitas convirtiendo a Irán en el eje central de la subcivilización islámica chií y convirtiendose en referente de otras ramas islámicas chiitas como los alawitas o alevíes y, al mismo tiempo, usar su poder (principalmente por sus buenas relaciones con Armenia) para proyectarlas a través de los cristianos de Oriente Medio y el Cáucaso, como haría también en el Cáucaso con los azeríes, que también son chiitas.
El caso es que junto con Siria, que controló el Líbano hasta 2005, se comenzó a crear un eje sólido que unió a Hezbollah-Damasco-Teherán de una forma estable, fuerte pero precaria. Sin embargo la influencia sirio-iraní y de Hezbollah en Oriente Medio sólo había comenzado, aunque era muy limitada.
Segunda fase, guerra contra el terrorismo, Irán crece
La segunda fase abarca desde 2001 hasta el año 2011. En esta etapa se producen las grandes guerras contra el terrorismo global que afectan de forma directa a Afganistán e Irak y, de forma indirecta, a Yemen y los países del arco del Sahel a través de las famosas guerras de los drones etc…
Pongámonos en situación. En Irak gobierna Saddam Hussein, líder del Baaz iraquí y feroz enemigo de los iraníes por causa étnica, Saddam era árabe, y por cuestión religiosa, él era suní aunque fuera socialista.
Los talibanes son radicales extremistas seguidores de la doctrina más radical del Islam suní, concretamente derivada de la escuela Hanafí junto con toques tribales. Crearon un emirato radical abiertamente antichiita que, en 1998, estuvo a punto de entrar en guerra con Irán.
La incursión de Estados Unidos en Afganistán, cuyo fin era derrocar a los talibanes e imponer un gobierno afin que asegurara los intereses de Estados Unidos en Asia central y reactivar el flujo de droga hacia Europa y Estados Unidos fracasó estrepitosamente. De hecho Irán utilizó como agente vehicular las minorías chiitas de Afganistán (pastunes y de otras tribus iranias) para asegurarse su influencia en la región a modo de tapón que protegiera sus fronteras pero, también como forma de proyección y presión ante Kabul, por lo que Estados Unidos abrió la puerta a la influencia iraní en el país centroasiático.
Sin embargo el gran toque fue la Guerra de Irak de 2003 y el derrocamiento de Sadam Hussein. El poder de Sadam, aunque mermado, contenía a los chiitas de Irak (en torno al 60% de la población del país), la expansión chiita-iraní en Oriente Medio y era, al mismo tiempo, el factor que protegía las fronteras de Arabia Saudí y evitaba la unión chiita de una Hezbollah que iba creciendo y de una Siria, ya con Bashar al Asad, que se iba reforzando.
Ya en el año 2002 el general iraní Qassem Soleimani comenzó a preparar el escenario de postguerra ayudando a Sistani y a Muqtada al Sadr de forma discreta y formando milicias chiitas en el territorio iraní que serían inyectadas en Irak a partir de la caída de Sadam, prediciendo una postguerra larga y sangrienta pero que, también, representaba una oportunidad para Irán de aumentar su poder de forma exponencial en Oriente Medio.
La caída de Sadam Hussein supuso que Estados Unidos tomaría el poder del país pero que rápidamente lo trasladaría a un nuevo gobierno iraquí. Eso se produjo replicando el modelo libanés de los acuerdos de Taíf con una diferencia, que no fue mediante un acuerdo entre miembros del estado sino una imposición de Estados Unidos que dio el poder a los chiitas. El presidente sería sunita y el primer ministro chiita, sin embargo, los estadounidenses evitaron que el presidente tuviera mucho poder por lo que el primer ministro tendría el poder suficiente como para controlar los asuntos de estado.
Al mismo tiempo que esto ocurría las tropas de Estados Unidos tenían un aliado en el norte, los kurdos, suficientemente fuertes como para controlar el Kurdistán y no dar problemas a los norteamericanos, ambos tenían clara su amistad, pero incapaces de gobernar todo el país ya que, aunque eran mayoría en el norte, no poseían la masa crítica como para gobernar el país, los kurdos en Irak son una minoría.
Mientras, por la facción suní la resistencia era brutal. La resistencia baazista recayó sobre Izzat Ibrahim al Douri, que llamó a la lucha armada en contra de Irán y de los chiitas iraquíes a los que acusó de venderse a Teherán, al mismo tiempo Al Qaeda se hizo presente y las refriegas, asesinatos y venganzas tribales se hicieron generalizadas. Sin embargo las comunidades chiitas, organizadas alrededor de Alí al Sistani y de Muqtada al Sadr (ambos rivales) se hacían fuertes en el estamento político. Sistani emitió fatwas pidiendo no responder a los ataques sunitas y concentrarse en el dominio político del país y al Sadr intentó centrarse en el control de la opinión pública de los chiitas pobres y hacerse un hueco en política.
Al mismo tiempo Nuri al Maliki reconfiguró el ejército iraquí como una forma de sostener su poder con efectivos mayoritariamente chiitas, prescidiendo de los oficiales sunitas de la época de Sadam que, muchos de ellos, acabarían en las filas de Al Qaeda o el Estado Islámico. Mientras que los sunitas se veían privados del poder que habían ostentado y reducidos a ciudadanos de segunda, Maliki se acercó a Irán por lo que, por primera vez, Teherán disponía de un pasillo que conectaba Teherán con el mediterráneo, era la autopista chií y pasaba directamente por Bagdad.
El gran vencedor de la guerra era Irán, que tenía el poder sobre el valle de Mesopotamia que lo unía a Siria, su aliado, y conectaba con Hezbollah, reconvertido en milicia y partido político de vital importancia en el líbano.
Durante este periodo asistiremos, también, en paralelo a la refundación de Hezbollah y a la demostración de su poder en 2006. En primer lugar la salida de Siria del Líbano en 2005 reforzó las posiciones de Hezbollah, aparte de abrir una amnistía con las fuerzas que ayudaron a Israel con anterioridad, mayoritariamente cristianos, de los que ganó su adhesión y los integró en su milicia en igualdad de condiciones, por lo que Israel perdió todo el apoyo en tierras libanesas, además Hezbollah pasó del jomeinismo al modelo de república secular que la transformaba de un grupo armado islamista a un grupo armado nacionalista que, cada vez más, se refuerza entre su población.
En el 2006 Israel agredió al Líbano y se produjo una guerra entre el estado sionista y Hezbollah que logró demostrar que, aunque en ese momento no tenía capacidad ofensiva ni de revertir el frente, sí tenía capacidad defensiva, de contención y de estancar las posiciones convirtiendo el Líbano en un Vietnam para las tropas israelíes y anulando con sus misiles guiados de alta calidad a las fuerzas aéreas israelíes, que tuvieron que marcharse de las posiciones y cerrar la contienda. Eso demostro la cohesión territorial y el apoyo de la población a Hezbollah y convenció a enemigos y aliados de que era una fuerza a tener en cuenta.
Tercera fase, «primavera árabe» y consolidación iraní
Esta fase comienza justo en 2011 con las primaveras árabes y aún hoy está en desarrollo. En primer lugar porque dentro del bloque chiita iraquí existe una gran rivalidad entre el Ayatollah Alí al Sitani, proiraní y muy vinculado al gobierno de Bagdad siendo abiertamente el hombre más poderoso del país de los dos ríos y Muqtada al Sadr, un ayatollah profundamente nacionalista árabe y antiiraní, de hecho se acercó a Mohamed Bin Salmán y a Arabia Saudí para contener el peso de Irán.
Sin embargo la aparición del DAESH, por un lado, y los esfuerzos de Irán, Kataeb Hezbollah (Hezbollah en Irak) y las milicias chiitas iraquíes proiraníes en la guerra contra el grupo yihadista y contra la ruptura de la cohesión nacional de Irak por la deriva secesionista de los kurdos en el norte, dieron más peso a los seguidores de Sistani y los círculos de poder cercanos a Teherán dejando en la periferia a Muqtada al Sadr, que inició revueltas y aunque retenga poder, está abiertamente en decadencia debido a la sangría de votos y apoyo por la posición pasiva de sus milicias en la guerra contra el DAESH.
Esto ha permitido estrechar aún más los lazos Teherán-Bagdad-Damasco-Beirut. La ayuda de Irán y su implicación en Irak se pudo ver también en Siria con un apoyo incondicional y con el envío de chiitas pastunes de Afganistán y voluntarios iraníes, especialmente de los Pasdarán y de la Brigada al Quds (las fuerzas de élite persas).
Sin embargo, su posición con Turquía, de acercamiento mutuo, sobre todo tras el fallido golpe de estado llevado a cabo por el Hizmet de Fetullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, con el beneplácito de Washington y Alemania. De hecho el golpe de estado contra Turquía fue diseñado desde Kosovo, sin embargo estaciones de espionaje ruso en Siria detectaron las comunicaciones con los planes y fueron transmitidos a Erdogan, de tal forma que pudo salvar su vida y el gobierno.
Desde entonces Rusia e Irán han sido sus apoyos más cercanos en tanto en cuanto ni Moscú ni mucho menos Teherán van a permitir el establecimiento de un estado kurdo en Irak ni en Siria, lo cual es una garantía frente a los planes estadounidenses e israelíes de instalar un estado kurdo a costa de la integridad territorial siria e iraquí.
Además Turquía e Irán no son rivales a nivel étnico ni cultural y su influencia en Oriente Medio tiene agentes vehiculares distintos, mientras que Irán se apoya en los chiitas Turquía lo hace en los sunitas, además ambos países tienen intereses comunes en diferentes cuestiones estratégicas y no tienen voluntad de establecer conflictos, tienden a misiones diplomáticas en casos de controversias, de hecho Ankara y Teherán tienen los mismos enemigos, Arabia Saudí e Israel.
Otra piedra de choque ha sido el conflicto entre Arabia Saudí y Qatar, salafista y wahabista el país de los Saud y de los Hermanos Musulmanes el país de los al Thani. El acuerdo llevado a cabo entre Irán y Qatar para la liberación de los miembros de la familia real qatarí en Irak, el pago de los gastos del rescate y el papel de Qatar en la crisis yemení hizo que Arabia Saudí y sus estados acólitos hicieran un boicot diplomático al país, de hecho ahora mismo Qatar sigue siendo el cuartel de la CIA en Oriente Medio, pero las tropas de defensa del país arábigo tienen a unidades militares turcas desplegadas en el país y las relaciones con Irán se han suavizado.
Al mismo tiempo Yemen, que durante años perteneció a los socialistas de Alí Abdullah Salé, abiertamente antizaidí, de hecho Hussein Badreddin al Houthi fue asesinado por el régimen yemenita, sin embargo la primavera árabe empujó al movimiento Ansarullah a luchar contra su sucesor Abd-Rabbu Mansur Hadi. Esta guerra civil que comenzó a desgajar el territorio en zonas de influencia Zaidí, peligrosamente cercanos a los chiitas, y el resto del estado controlado por Hadi al este con bolsas yihadistas de Al Qaeda y Estado Islámico, provocó que Arabia Saudí interviniera.
Lo hizo directamente pero, también, a través de empresas de mercenarios y grupos yiahdistas a modo de aliados interpuestos. La intervención desproporcionada de Arabia Saudí está provocando un genocidio en el país pero, también, que Ansarullah esté copiando las estrategias de Hezbollah a todos los niveles y esté siendo ayudada por Irán, de tal forma que la estrategia de ir destruyendo países e intentando sustituir a sus líderes sólo hace que Irán avance posiciones.
En el año 2000 Irán no tenía posiciones más allá de una pobre Hezbollah y una Siria aislada casi del resto de Oriente Medio, ahora tiene presencia abierta y ha formado una entente con Irak, Siria y una Hezbollah más fuerte que muchos ejércitos de Oriente Medio que tiene capacidad defensiva y ofensiva pero, también, ha suavizado su relación con Qatar dentro de la pugna entre Doha y Riad dentro del mundo sunita, se ha reforzado en Yemen como nunca antes y, además, es uno de los principales sostenes de la resistencia palestina y sus relaciones con Turquía son de mutuo respeto.
Cuarta fase, el final del eje wahabista
No sabemos cuando empezará y a partir de aquí entramos en el terreno de la especulación pero después de los acontecimientos que comenzaron tímidamente en 1982 y que desde 2001 se han ido acelerando podemos hacer un ejercicio de especulación geopolítica. Podríamos hablar de que estos hechos podrían darse en una franja que vaya desde 2026-2050
Hoy, en 2018, continúa la pugna por el dominio en Oriente Medio entre Irán, Turquía e Israel y Arabia Saudí. En unos pocos años más a Israel se le han acabado las guerras fáciles y el dominio de la región. Sin embargo antes de que caiga el sionismo es el eje wahabista el que debe caer y eso implica abiertamente a Arabia Saudí.
El país es un estado de apartheid a todos los niveles, asfixiante y sin libertad que sobrevive por los ingentes ingresos del petróleo y por el pago del Hajj, que genera pingües beneficios. Sin embargo Arabia Saudí está abiertamente asustada porque el 40% de su población es chiita, y pueden acabar viendo a Irán más como una liberación que como un estado con ínfulas imperialistas.
De hecho viendo el cambio de situación de los chiitas iraquíes, libaneses o de los zaidíes yemenitas, Riad está realmente asustada, de hecho en enero de 2016 ejecutaron a Sheij Nimr Bakr al Nimr, un ayatollah de Arabia Saudí que se manifestaba por la igualdad de derechos entre chiitas y sunitas. Fue acusado de colaborar para Irán cuando no había ninguna vinculación entre él y Teherán, simplemente que el hombre era un ayatollah.
Sin embargo los saudíes temían que la agitación alcanzara altas cotas de tensión e Irán interviniera, sabiendo que el 40% de la población en contra del gobierno es el fin del estado, sobre todo cuando ese 40% está concentrado en las regiones del este del país (las zonas petrolíferas, las refinerías están en la zona occidental y la capital financiera es Yedda (en zona sunita). Por lo que un eventual conflicto civil puede balcanizar la zona.
Eso haría caer a las regiones del este de Arabia Saudí, automáticamente en la esfera de influencia de Teherán, quedando las regiones saudíes wahabistas confinadas en el oeste del país, por lo que perderían el golfo pérsico y las zonas de extracción de petróleo. Sólo hay que esperar a que salte la chispa que incendie al estado saudí.
Pero es que un desastre así empujaría al abismo en primer lugar a Bahrein, un diminuto pero rico y poderoso estado del golfo pérsico, una isla gobernada por una élite suní pero con una población (65%) chií y, además, cercana a Irán porque la isla fue parte de los dominios persas. Obviamente la caída de Arabia Saudí implicaría de forma automática el fin de Bahrein y su reconversión en un estado cercano a Irán. Además que también provocaría la intervención o la salida de Estados Unidos ya que en Bahrein está anclada la quinta flota americana que, en un futuro a medio plazo tal vez no tenga la fuerza suficiente como para contener a los estados que se proyectarían a través de Irán en la región, hablo de Rusia y China.
Esta debacle partiría en dos a Arabia Saudí, confinada en el oeste de la península arábiga y con la creación de una zona chií en el este. Obviamente en guerra se haría a través de una línea de fractura, la zona chiita intentaría mantener su territorio siendo consciente de la incapacidad de unificar todo el país y el poder saudíta-wahabista mantendría el conflicto para volver a reunificar el estado, queriendo salvar su integridad territorial.
El peso de esta situación arrastraría a Bahrein que, como hemos dicho, la mayoría de su población en chiita y vive en estado de apartheid. Sin embargo estados como Qatar, por sus relaciones suaves con Irán podrían salvar su situación mientras que Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos se verían en el ostracismo o, en su defecto, deberían revisar sus acuerdos e ingeniería geopolítica y adaptarla a un nuevo contexto en el cual el gran dominador directo del Golfo Pérsico fuera Irán y como tomadores través de su agente vehicular (Irán) en la región Rusia y China.
Obviamente esta situación sería un grave problema para Israel que, de forma definitiva, no tendría aliados en la región, o, por lo menos no tendría aliados serios, de tal forma que el mundo árabe-islámico de Oriente Medio podría obligar a Israel a someterse a las reglas de descolonización de los territorios palestinos. Obviamente, de la misma manera que la resistencia palestina se está endureciendo en vista de los acontecimientos actuales en Oriente Medio, en este contexto se endurecería aún más.
El cambio de situación obligaría a Israel a realizar acuerdos con el nuevo eje en Oriente Medio que no podría violar, sortear o subvertir, lo cual implicaría abiertamente la liberación de Palestina, el levantamiento del estado de sitio en la Franja de Gaza, la vuelta de los refugiados palestinos a su tierra y la vuelta a las fronteras de 1967, negociando un acuerdo favorable hacia los palestinos en particular y los musulmanes y cristianos en general del estatus de Jerusalén.
La cuarta fase parece imposible ahora pero…¿quién iba a decir en 1982 cuando Irán estaba sola y sin aliados, enfangada en una guerra de posiciones contra Irak, agotada y casi quebrada que 36 años después disputaría cara a cara a Israel, Estados Unidos y Arabia Saudí el dominio de Oriente Medio?, si aquello parecía imposible y se hizo, esto que parece difícil, puede hacerse. (Foto: Wikimedia Commons)
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