La guerra saudí contra Yemen

Yemen, el país más pobre del mundo árabe, está sufriendo tras el estallido de las primaveras árabes. Capitalizadas por los elementos radicales del wahabismo islámico que, desde los años ochenta fueron calando en las capas populares del mundo sunita.

La primavera árabe es uno de los fenómenos menos estudiados pero más importantes del siglo XXI teniendo en cuenta que responde a un detonante externo con la participación de servicios de inteligencia exterior con la ayuda de servicios de inteligencia regionales, como el Mossad, los servicios de inteligencia saudíes, turcos o qataríes, entre otros.

Esto permitió el alzamiento generalizado contra gobiernos estables aunque en algunos casos corruptos. Al descontento de la población joven le siguió la aparición de elementos radicales y la formación de grupos armados islamistas propios que acabaron siendo fagocitados por grupos superiores como los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda o por el terrible Estado Islámico.

En Yemen la guerra significó la salida de Ali Abdullah Salé del gobierno y su sustitución por Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. Este rápidamente se lanzó a la guerra contra Al Qaeda en el sur del país aprovechando el vacío de poder producido tras el derrocamiento y las protestas anti Salé. El conflicto, heredero directo de la primavera árabe, se produjo tras el golpe de estado que se dio después de la renuncia de Mohammed Basindawa.

En este momento se dieron los primeros disturbios, en agosto de 2014, los miembros del movimiento Ansar Allah (Houthis) firmaron un acuerdo para un nuevo gobierno de unidad nacional con los demás partidos políticos pero los Huthies y el gobierno entraron en un conflicto político que fue radicalizando las posiciones hasta el punto de hacer imposible una solución fuera de las actividades armadas.

Todo esto en un contexto de pobreza y vacío de poder generalizado, con la presencia de Al Qaeda y la aparición, por contagio, de los primeros grupos del Estado Islámico. Durante el año 2015 los Huthies tomaron Sana´a (la capital) y se creó el gobierno de revolucionario de Yemen que junto con el ala pro-Saleh del ejército, la Guardia Republicana yemení, los Huthies y el movimiento Ahrar al- Najran fueron expulsando a los miembros del depuesto gobierno de Hadi.

Esto era un grave problema ya que las tensiones entre Arabia Saudí e Irán, que se enfrentaban a través de aliados interpuestos. Los gobiernos de Siria e Iraq, chiitas y aliados de Irán luchaban con ayuda del gigante persa frente a los grupos terroristas internacionales como Al Qaeda o el Estado Islámico, agentes vehiculares y aliados interpuestos de Arabia Saudí, Qatar, Kuwait, Emiratos, Israel y Turquía.

Arabia Saudí, al haber perdido terreno de influencia en Oriente Medio, ve amenazado su predominio con la media luna chiita que llega desde Irán hasta Líbano, teniendo en Iraq un gobierno chiita aliado de Teherán con el que hace frontera. A todo ello hay que unirle el estado de apartheid chiita bajo el que viven cientos de miles de creyentes saudíes (representan el 40% de los súbditos del país). Esto hacía intolerable para Riad el establecimiento de un enclave en Yemen bajo el gobierno de los chiitas de Ansarullah.

Esto significaba cercar a Arabia de una manera que Riad no iba a permitir, además el equilibrio de poder en el golfo pérsico quedaría trastocado después del conflicto entre Qatar y Arabia que lanzó al gobierno de Doha a los brazos de Turquía (país con aspiraciones de convertirse en referente central en el mundo sunita) y de Irán, aunque con menos alegría (país competidor abierto de Arabia).

Todo ello unido a la presencia de la influencia iraní en el mediterráneo oriental a través de Siria, Hezbollah en el Líbano y Hamás en Gaza, un aliado estratégico pero incómodo para Teherán. La influencia determinante en el estrecho de Adén, punto estratégico mundial en la ruta de suministros energéticos desde el golfo pérsico hasta el mar rojo y el canal de Suez convirtió la cuestión yemení en algo prioritario para las agendas occidentales.

La estrategia fue muy simple, Occidente daría carta blanca a Arabia Saudí para actuar en Yemen, centrando la información en el conflicto sirio e ignorando la injerencia saudí en territorio yemení y otorgándole la capacidad de atacar zonas prohibidas por el derecho de la guerra así como el uso de armas prohibidas por convenios internacionales como las de Ginebra o la Haya.

A cambio Arabia Saudí debería cumplir los objetivos de derrocar y expulsar a los chiitas de Yemen, establecer un gobierno títere suní que estuviera en la línea de occidente a fin de volver al estatus quo previo a la Primavera Árabe para mantener la influencia occidental sobre el país y frenar la creciente influencia iraní en una región de vital estrategia. Para ello se llegó a chantajear a la ONU. De hecho la organización Human Rights Watch declaró que Arabia había chantajeado a la ONU para ser sacado de la lista negra de violadores de los derechos de los menores (más información aquí).

Arabia Saudí ha utilizado la estrategia de guerra total atacando con armas prohibidas a poblaciones civiles e infraestructura de especial protección por las normativas internacionales como son hospitales, colegios o centros urbanos. Los ataques han sido de tal calibre que han generado miles de muertos innecesarios y el colapso de la estructura social que, además, se ve desbordada por el bloqueo militar al que ha sido sometido el país y por el cual no pueden llegar suministros médicos o alimentos, lo cual genera decenas de miles de muertos por enfermedades carenciales o heridas que, con la medicación necesaria no serían mortales.

Al mismo tiempo el uso de empresas de mercenarios y de grupos terroristas como Estado Islámico y Al Qaeda evidencia la visión materialista sobre esta guerra al basarlo en un punto político pero también religioso. El uso de grupos cuya ideología islamista justifica la guerra contra la población civil y contra el estado de Yemen en base a la existencia de núcleos de población no wahabista o, en su defecto suní evidencia que, en parte la guerra de Yemen responde a un criterio religioso.

Arabia Saudí, de hecho, se ha destacado por el uso del Wahabismo para arengar y asegurarse aliados interpuestos a través de los cuales poder intervenir en diferentes escenarios como ocurrió en los años setenta-ochenta con los talibanes afganos o en los noventa-dos mil con Al Qaeda y ahora con el Estado Islámico.

Hoy los combates entre el ejército saudí y sus fuerzas auxiliares mercenarias y terroristas se siguen enfrentando a los remanentes del ejercito yemení y la milicia Ansarullah.

Una de las medidas que debería tomar la comunidad internacional nada más acabar el conflicto sería, como en los procesos de Nuremberg y Tokio iniciar un proceso judicial por el cual los responsables de la agresión contra la población de Yemen fuera juzgada tanto por la guerra en sí como por el uso de armas prohibidas, grupos terroristas y mercenarios así como por los castigos colectivos en la forma de bloqueo de suministros básicos a la población civil inocente, actuaciones prohibidas por el derecho internacional.

(Foto Wikipedia)


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