La Guerra Irán-Iraq

Sadam Hussein y Rohallah Jomeini cara a cara. La guerra Iraq-Irán fue un conflicto fronterizo que llevaba fraguándose desde 1971 cuando Iraq rompió relaciones diplomáticas con la Irán imperial por una serie de disputas transfronterizas.

Sadam Husein sólo se atrevió a invadir Irán cuando recibió el visto bueno por parte de Estados Unidos cuando triunfó la revolución islámica. Sadam creía que el poderío militar iraní había sido dañado durante el proceso revolucionario y que, debido al cambio de régimen, se ganaría el favor de los árabes de Irán, pero se encontró con dos sorpresas:

  1. La capacidad militar iraní estaba intacta;
  2. Los árabes de Irán se mantuvieron fieles al gobierno del Ayatollah Jomeini.

Bagdad, por otro lado, temía perder la lealtad de sus súbditos chiítas debido a la fuerza de la llamada religiosa impuesta desde Teherán sobre los chiítas de todo el mundo. En este conflicto vemos como empiezan a perfilarse la fractura étnico-religiosa que irá polarizando las subcivilizaciones del Islam y que a su vez aglutinará a sus subconjuntos en torno a sus potencias centrale: chiítas-Irán y sunitas-Arabia Saudí/Turquía. Más adelante esta atomización cristalizará en los contemporáneos conflictos de Iraq, Siria o Yemen.

La guerra Iraq-Irán

Los frentes se alinearon por complicidad religiosa de ahí surgieron extrañas alianzas, ya que el bando que comandaba Irán no representaba en sí mismo el bando persa sino al bando chiíta integrado en el ejercito iraní y la guardia revolucionaria (los temibles Pasdarán).

Las milicias Kurdas del UPK (Unión Patriótica del Kurdistán: Yakêtî Nîştimanî Kurdistan), miembro de la internacional socialista fueron evolucionando de posiciones Marxistas-Leninistas hacia posiciones socialdemócratas. No dejaba de ser un grupo de izquierda laica kurda opositora a Sadam pero se alineó con Bagdad desde 1983 hasta 1985, año que en el que sería revocado el acuerdo de autonomía entre el gobierno de Sadam y Yalal Talalabani (líder del UPK). Esto provocaría que se rompieran las relaciones con Bagdad y el UPK se alineara con el PDK (otro grupo miliciano kurdo) e iniciaran una revuelta en el norte de Iraq que fue brutalmente reprimida y que acabó salpicando a la comunidad chií en Iraq con ejecuciones, detenciones y torturas que se extenderían por toda la década de los ochenta.

 

Esta represión hacia los Kurdos culminará con la matanza de Halabja cuando, entre el 16 y el 19 de Marzo de 1988, al final de la contienda entre Irán e Iraq, Sadam Huseín ordenó atacar esta localidad kurda con armas químicas. El resultado fue de 5.000 muertos entre civiles y milicianos que se habían pasado al bando de Irán después de la ruptura de 1985.

Otros actores fue la ASII (Asamblea Suprema Islamica de Iraq) que representaba a los árabes chiíes iraquíes, el 60% de la población iraquí, y el PID (Partido Islámico Dawa) de tendencia chií conservadora o el MKO, una milicia terrorista iraní antirevolucionaria responsables de ataques y sabotajes en Irán. Sadam debería lucha en sus fronteras contra los iraníes y repeler las acciones de los kurdos en el norte a partir de 1985, aunque antes el PDK había lanzado algunas campañas de poca intensidad en el norte, pero después de la traición de Husein a Talalabani, lo que intensificó el terror que desde el comienzo de la guerra asolaba Iraq. Los kurdos serían las grandes victimas de Sadam Husein hasta su derrocamiento en 2003.

Los kurdos se aliarían con Estados Unidos para acabar con el régimen baazista iraquí más tarde. Mientras los chiítas árabes de Iraq se posicionaron en su mayoría con Sadam, ya que veían en la actitud de Jomeini el intento de imponer una agenda persa y ellos, chiítas árabes, con una larga tradición de rivalidad con los persas se inclinaron por un régimen que no solo era árabe, como ellos, sino que podría aplastarlos en cualquier momento si Sadam intuía algún tipo de traición interna. Además ya existía dentro del chiísmo iraquí una gran rivalidad entre la élite árabe encarnada en el ayatollah Mohamed Sadeq al Sadr; árabe antipersa que pregonaba un nacionalismo chiita árabe radicalmente enfrentado al ayatollah Alí al Sistani, chiita persa que estaba radicado en Iraq e iba escalando dentro del organigrama de poder e influencia en el país hasta convertirse en la persona más poderosa del país.

La única forma de salvarse era alinearse con Bagdad. Sadam fue generoso por eso y abrió el partido Baaz y ciertos cargos del gobierno a los chiítas por la lealtad que habían demostrado, una lealtad inesperada y agradecida. Asimismo restauró la tumba del Califa Alí, nieto de Muhammad, con mármol blanco importado de Italia.

Aún así esto no impidió una represión quirúrgica de chiítas al principio de la guerra, consciente de que los necesitaba a su lado ya que Sadam Huseín no podía permitir elementos sediciosos que volvieran en su contra a los súbditos chiítas, y menos en un momento de crisis militar como era la guerra contra Irán y los disturbios del norte. Esto le sirvió a Sadam para desactivar la oposición a su régimen socialista, aunque le enemistó con la Siria baathista de Hafez Al Asad, aliado de Irán, con quien tuvo problemas diplomáticos que fracturaron aún más la distanciada relación entre ambos partidos Baath, el sirio y el iraquí.

Irán no quedaba mejor, frente al ejercito iraquí debía de hacer frente a la organización de los muyahidines del pueblo de Irán, una organización islamista de izquierda radical que se propuso derrocar al Sha de Persia y después al régimen de Jomeini. Este grupo tenía (y tiene) sus bases en Iraq. Sadam los usaría en su guerra contra el Ayatollah Jomeini.

Ambos países son multietnicos y multiconfesionales; tanto Iraq como Irán aunque la gran mayoría de personas son de raza persa y religión musulmana chií también existe presencia de azeríes, kurdos, armenios, baluchíes, pastunes y árabes, sin embargo los sunitas eran tan minoritarios que nunca representaron una amenaza interna para el sistema e incluso a pesar de que pudieron unirse a las tropas iraquíes cuando penetraron en territorio iraní estos decidieron seguir alineados con Teherán. Tanto Irán como Iraq podían ponerse en grave riesgo mutuo explotando las diferencias étnico-religiosas y políticas que se vivían dentro de los estados. Los iraníes sufrieron un alzamiento del MEK, una guerrilla terrorista comunista con sede en Francia y con ciertos lazos con la URSS que estuvo a punto de llevarlos a la guerra civil.

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Soldado se protege de un ataque químico (Foto: Wikimedia Commons)

Irán contuvo este movimiento ejecutando y ahorcando a todos los sospechosos, no solo de opositores sino de comunistas que ya en la época del Sha eran pocos ya que el servicio secreto imperial desmontó el Partido Tudeh. Esta campaña de persecución y ejecuciones acabaron en 1985 cuando el MEK fue prácticamente destruido del territorio.

Asimismo Teherán tuvo que contener un alzamiento de kurdos iraníes apoyada por Iraq que se saldó, de nuevo, con una represión brutal que socavó la revuelta e Irán se pudo concentrar directamente en la guerra contra Iraq. La contienda sería vista por sus líderes como una guerra mesiánica con tintes profundamente religiosos, mientras para unos la guerra era una continuación de la batalla de Kerbalá en la que había muerto el gran santo de los chiíes, el Imam Husein el nieto de Muhammad, y una continuación de la lucha contra el poder sunní que tanto daño había hecho viendo en Sadam Hussein a un nuevo Califa Muawiya I o Yazid I.

Para otros la guerra era una manera de evitar el avance de los chiítas, los despreciados opositores al poder de los Califas legítimos, algunos líderes religiosos veían en la Iraq de los ochenta al fiero Califato abbasida renacido. La guerra en esa zona se vistió de tintes civilizatorios, era una guerra de supervivencia y de contención. Las naciones árabes temían que Irán provocara un alzamiento de los chiítas dentro de sus fronteras, sobre todo el temor venía de los saudíes y de los Emiratos Árabes Unidos.

Por eso la guerra no era una mera cuestión fronteriza sino una cuestión de supervivencia en el cual percibimos elementos identitarios. Los actos para asegurar esa supervivencia debían ser justificados con el fuego de la fe explotando la animadversión de los sunitas hacia los chiítas y viceversa.

En el mundo iraní la perspectiva no variaba mucho aunque tenían una visión más global de su situación; sabían que la guerra a la que se enfrentaban era una guerra provocada por ellos mismos al deshacerse de su rey, aliado de occidente, y elegir un destino que no cuadraba con la agenda de Washington. De hecho en Irán a la guerra Iraq-Irán se le llama «la guerra impuesta».

Los iraníes sabían que el verdadero cerebro de este conflicto no estaba en Bagdad sino mucho más lejos y si bien la guerra tenía ese halo místico de lucha contra los eternos enemigos sabían, por otro lado, que Washington les había condenado a muerte y que Sadam era el sicario llamado a consumar tal ejecución.

Mientras la URSS miraba cada vez más hacia sus fronteras euroasiáticas y sufría el acoso de la cruzada contra el comunismo declarada por el Papa Juan Pablo II, la economía de la URSS se ahogaba, estaban empantanados en Afganistán y sufrían el mayor accidente nuclear de la historia, asimismo en un plazo de cinco años se habían sucedido cuatro secretarios generales del PCUS en las personas de Brezhnev, Andropov y Chernenko y un desconocido, y joven, Gorbachov se hacía cargo de la URSS lo cual ahondaba en la debilidad de las estructuras del estado.

Entre soflamas, lloros, jugadas sucias de la CIA, Irangate, la muerte de Bill Casey y operaciones militares que no obtenían resultado. La guerra, más allá de ciertos espejismos como el rápido avance iraquí en tierra persa o el contraataque iraní que hizo retroceder a los iraquíes hacia su territorio. Abriendo una línea de combate de 300 kilómetros en el sudeste de Iraq la guerra se convirtió en una campaña de desgaste, las operaciones Kerbalá llevada a cabo por los iraníes contra la ciudad de Basora y el sur fueron un fracaso que no logró doblegar a los árabes.

Las operaciones exitosas por parte de Iraq a final de los ochenta y la contención que realizaban los iraníes hicieron de este conflicto una guerra de posiciones con un movimiento lento en el frente que se traducía en un alto costo en material, dinero y vidas. Con el paso de esta guerra estéril las facciones radicales de Bagdad y de Teherán se vieron obligados a atemperar sus pretensiones y negociar un cese a las hostilidades bajo mediación internacional, si bien fuerzas de terceros países habían intervenido activamente en la guerra a fin de eternizarla y obtener beneficios de la venta de armas y de la debilidad de estas dos potencias. A pesar de todo esto la situación real se impuso y los dos estados aceptaron la resolución 598 de la ONU por la cual ambos estados deberían retornar al status quo previo a la confrontación bélica. Era 1988.

Iraq estaba casi en quiebra económica e Irán había agotado sus recursos. En realidad la guerra había llegado a un punto muerto; los frentes internos de Sadam estaban tranquilos, los chiítas árabes no habían dado la respuesta esperada por el Ayatollah Jomeini de la misma forma que los árabes de Irán tampoco habían reaccionado como Sadam creía. Ambos países habían perdido una gran cantidad de vidas, infraestructuras y los daños económicos habían dejado a Irán e Iraq en un estado precario.

Si la guerra había durado tanto tiempo era por la ingente cantidad de armas que llegaban a ambos contendientes. La única opción para acabar con la guerra fue aceptar la resolución 598 de la ONU emitida en 1987. La paz se firmaría en 1988, Sadam conservaría intacta Iraq aunque la guerra le enemistaría para siempre con los kurdos y la situación económica provocaría su invasión de la vecina Kuwait.

Por otro lado Irán no había caído, su revolución se había consolidado y había mostrado su capacidad de gestión y su cohesión interna. En este momento Irán, casi de forma mesiánica, se convierte en el eje vertebrador del chiísmo arrogándose la función de eje de la subcivilización islamica chiíta por lo que Irán se convertía en el faro de las numerosas milicias chiíes de Oriente Medio.

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Niño luchando en la guerra Iraq-Irán (Foto: Wikimedia Commons)

Esta política llevada a cabo con el interés de aumentar la influencia sobre las demás naciones del Oriente Medio permitió a Irán ir consolidando su poder a lo largo de los noventa y competirá, como toda potencia regional, por aumentar su influencia más allá de sus marcos religiosos chiitas centrándose en la guerra Civil del Líbano de los ochenta, en la defensa y financiación de la resistencia Palestina y en la defensa de los musulmanes de fuera del mundo islámico; sobre todo de los bosnios, chechenos y azeríes de la década de los 90 del siglo XX ya que su papel de actor secundario y terciario en los conflictos interreligiosos en las zonas fronterizas del Islam (Cáucaso y Balcanes) le llevarán a competir con Turquía y Arabia por ganar la influencia de estos territorios.

Turquía y Arabia, potencias regionales, pretenden hacer valer su influencia en la zona de Medio Oriente, Cáucaso y Balcanes para convertirse en los ejes vertebrales de la política regional, implantando su agencia en connivencia con su aliado más cercano.

En el caso de Turquía, miembro de los OTAN, nos encontramos con una frágil alianza con Occidente, que podríamos tratar como alianza de intereses ya que los turcos han desarrollado su propia agenda. Arabia apostará por Estados Unidos e Israel frente a una Irán cuya única alianza es con Rusia, si bien es una alianza sin base cultural, religiosa o histórica sino que se basa en el establecimiento de un frente de protección común de intereses mutuos entre estos dos estados siendo la Irán revolucionaria un agente coordinado bilateral perfecto de primer orden las pretensiones geopoliticas en Oriente Medio de la potencia rusa, si bien el gran aliado ruso en la zona fue, y sigue siendo Siria, país que ha sido denominado como el Israel de Rusia y único lugar, junto con la base de Dusambé en Tayikistán y el despliegue de tropas en Transnistria, fuera de la Federación Rusa que alberga una base militar de la Federación.

De nuevo la vinculación ruso-siria no tiene base cultural ni religiosa más allá de la vinculación socialista de ambos sistemas, el soviético y el baaz sirio, relación que Rusia heredará de la URSS. En todo caso Rusia, que pretende imponer su agenda en la zona a través de un sistema conjunto con Teherán, salió beneficiada cuando se convirtió en ente totalmente soberano tras la caída de la URSS. Asimismo los iraníes eran y son conscientes de la importancia de vincular su propia agenda a la agenda eslava.

Volviendo a los ochenta Jomeini aceptó, no sin reticencias, el acuerdo de paz en 1988 muriendo un año después, en 1989, a la edad de 86 años, le sucedería Seyed Alí Jamenei hasta el día de hoy. La guerra envenenaría Oriente Medio y se saldaría sin un claro vencedor. Estados Unidos fue desvinculándose poco a poco de la misma puesto que lo consideraba un conflicto secundario. El foco de sus actividades era la guerra de Afganistán debido a la importancia que para el juego de ajedrez de la Guerra Fría supondría una victoria o una derrota en este área. (Foto: Wikimedia Commons Alí Jamenei (con barba), actual líder supremo de Irán, en una trinchera)


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