Europa debe recuperar su soberanía

Las estructuras europeas no son tal. Cuando desde las posiciones de la Unión Europea o la OSCE se declaran a sí mismos defensores de los valores europeos no estamos sino asistiendo a una muestra de cinismo propio de las más abyectas dictaduras.

Instituciones de gobierno opacas, sin participación o fiscalización social, con jefes y gobernantes no electos y con unas elecciones europeas cuyo objetivo es elegir meros espectadores, sitúan a estas estructuras como una forma de gobierno plutocrático que ha convertido a la Unión Europea en un club de tiburones capitalistas y en una sala de lobbys de influencia estadounidense.

Estado Unidos, cuyo gobierno unilateral en la década de los noventa y dos mil, ansiosa por reforzar su dominio mundial con intervenciones en todo el mundo, se ha convertido en una potencia especialmente agresiva por el auge de gobiernos considerados enemigos: Rusia y China, que disputan su liderazgo y enfrentan su dominio.

Los pueblos europeos deben conocer que las estructuras de las cuales son miembros, a los cuales entregaron ciegamente su propia soberanía, el bien más preciado de un estado, en la confianza de una mejora para entrar en un mundo mejor y más pacífico, formaban parte de un plan por el cual convertir a Europa en un mero mercado para Estados Unidos así como confirmar el dominio militar de Washington así como su mandato político con derecho de intervención en caso de desobediencia o peligro.

La lista va más allá del atentado contra el NordStream II o la intervención en Kosovo: asesinatos como el de Aldo Moro, Olaf Palme o Luis Carrero Blanco, en beneficio de los intereses de Washington, da buena cuenta del dominio al que han sometido a Europa desde 1945.

El objetivo del poder atlántico es evitar, y eso entronca con la política británica, el surgimiento de un poder continental capaz de contestar al dominio político y militar angloestadounidense así como amenazar el dominio del mar. Este miedo ha hecho que la política europea no sea soberana y sufra de un constante poder de supervisión por parte de Estados Unidos que fiscaliza los movimientos en el continente y roba la soberanía.

Al mismo tiempo que evita el surgimiento de un bloque continental genuinamente europeo  que defienda sus intereses erga omnes, existe en Washington el temor de un acercamiento o dominio de Rusia sobre el territorio y pone como excusa la presencia soviética hasta las fronteras de Austria y la partición de Alemania.

Tal es el miedo a una Europa fuerte que Margaret Thatcher así como Bush padre, dudaron sobre la reunificación alemana así como François Mitterand temía (como siempre temió Francia, especialmente desde tiempos de Richelieu y la Paz de Westfalia) una Alemania fuerte, temores que para Francia quedan confirmadas por las experiencias con el II  Reich y III Reich alemán.

Sin embargo, los argumentos por el cual la Unión Europea es una organización supranacional para Europa, ignorando las necesidades de los pueblos europeos yendo contra los propios intereses geopolíticos y estratégicos de sus estados miembros fiscalizando y presionando a estados relativamente díscolos como Hungría o Polonia por la no aceptación de la artifical transformación cultural llevada a cabo por la Unión Europea y su no electa comisión siguiendo los dictámentes de Estados Unidos al pretender reconocer derechos de tercera ola desde el punto de vista iuspositivista, que va en contra de las concepciones sociales y filosóficas de Europa horadando los principios iusnaturalistas por los que se ha regido siempre la ley europea, debe hacernos reaccionar.

La reacción sólo es posible entendiendo que no podemos definir nuestro continente como una unidad ni una empresa colectiva sino simplemente a través de nuestra historia y cultura, que la unión entre nuestros estados es imposible por la variedad y diversidad de las culturas, lenguas y etnografías. Que la existencia de organizaciones como la Unión Europea en términos europeos sería provechosa si no fuera porque son estructuras al servicio de los intereses del hegemón mundial que nos ha robado nuestra cultura y nuestra capacidad de obrar libremente como estados libres.

La definición de nuestras naciones, en una estructura basada en la paz y el entendimiento, en el desarrollo económico devolviendo al capitalismo su función industrializadora y generadora de riqueza, arrancándola de las manos del capitalismo especulativo de corte norteamericano que ha destruido a las clases medias, empobrecido a nuestros estados, endeudado nuestras arcas y que es incapaz, con sus políticas de desindustrialización, privatización y deslocalización de ofrecer un mejor futuro a nuestras sociedades ya que concentra la mayoría de las riquezas en pocas manos, crea una clase trabajadora pobre y una masa sin formación e incapaz de entrar en el tejido laboral, razón por la cual debe ser subvencionada.

Nos lleva, de nuevo, a replantearnos la cuestión económica, como la política, en términos de soberanía y defensa de nuestros propios intereses, que debe ser tener sociedades estables, con una gran masa de clase media libre, que ejerza derechos y cumpla deberes y sea capaz de continuar y transmitir los valores de soberanía y cultura que nos hace genuinamente europeos, rechazando los principios ideológicos globalistas e internacionalistas de plano y en todos sus términos.

Estableciendo relaciones internacionales en base a nuestros propios intereses y no al de intereses de otras naciones que nos presionan y amenazan haciéndonos entrar en guerras o perjudicándonos deliberadamente para beneficiar a otro estado hegemónico en nuestra tierra y cuyo mayor miedo es una Rusia fuerte y una Europea realmente unida en las costas opuestas de su estado-continente que se sitúa frente a la costa occidental de la isla-continente euroasiática.

Definirnos como europeos implica buscar relaciones de buena vecindad pero también de fuerza con nuestros vecinos haciéndoles saber que en términos de paz podemos avanzar estrechando nuestros lazos diplomáticos, como Ahmet Davutoglu, ex ministro de exteriores turco, explicaba sobre la geopolítica turca (ideada por él) y basada en la premisa de “cero problemas con nuestros vecinos” y que surgió efecto hasta que la política injerecista de Erdogan desvió el rumbo.

Esa debería ser nuestra política como estados soberanos y la revolución consiste en recuperar nuestras estructuras internas de la influencia externa; transformar la Unión Europea en una organización democrática que facilite la paz, el entendimiento, el comercio, la libertad y recupere su soberanía frente a todo aquel que pretenda robarla para así ejercer y defender nuestros verdaderos intereses, demostrar fuerza y unidad frente a nuestros vecinos buscando puentes, defendiendo nuestras posiciones e inaugurando relaciones diplomáticas sanas y fuertes que nos protejan y nos hagan crecer creando un bloque genuino en un mundo multipolar en el cual no seamos arrastrados a conflictos innecesarios ni a guerras que ni nos interesan y que, además, nos perjudican.  

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