Pocos lugares hay peores para ser mujer que África. El continente negro está lleno de tradiciones brutales que machacan las libertades de las mujeres, las somete, mutila, humilla e invisibiliza. Ciertamente no es el único lugar, tradiciones en Asia tampoco se quedan atrás. En Europa quedan vestigios de prácticas contra las mujeres y diferentes realidades sociales en América Latina y Norteamérica son, también, un peligro para las mujeres.
Sin embargo el tema que nos trae hoy es una tradición africana que hemos visto muchas veces en la televisión, documentales y reportajes que, en su afán de mostrar las realidades múltiples de nuestro mundo, han normalizado una costumbre brutal que supone un profundo trauma físico y psicológico para sus víctimas. Ocurre algo parecido con las mujeres «Padaung» de Tailandia.
Las mujeres-plato es un ejemplo claro de tradiciones que lejos de ir resolviéndose y olvidándose, de un modo u otro, perviven en un mundo moderno de defensa de los Derechos Humanos (y el derecho a la dignidad humana, integridad moral, física, psíquica etc..).
Entre la tribu de los «mursi», un grupo étnico nilo-sahariano abiertamente congoloide y compuesto de unos 9000 miembros el sistema social divide a los hombres de las mujeres de una forma muy clara mediante la estratificación social, la división de las tareas entre «tareas de hombres y tareas de mujeres» y también en los cánones de belleza.
Las mujeres deben ejercer su posición en el entramado tribal siguiendo y manteniendo unos cánones de belleza y unas vestimentas tradicionales, sin embargo lo que nos podría parecer costumbrista, tradicional e incluso sano al mantener la importancia identitaria de este grupo, que los diferencia del resto de habitantes de Etiopía y del Río Omo, deja de serlo cuando los cánones de belleza se sostienen sobre mutilaciones y el sufrimiento.
A los 13 años se arranca los dientes inferiores de la niña que va a presentarse ante el consejo de ancianos (representantes de su tribu), lo cual las introducirá en la estructura de la misma como mujeres de pleno derecho siendo observadas para el casamiento y la correspondiente dote si la chica tiene valor.
El valor se determina por la ropa que viste, su parafernalia tribal cuanto más grande y grotesca mejor pero, sobre todo, por la falta de los dientes menores y el uso del «dhebinya«, un disco de arcilla cuyo tamaño puede variar entre 4 hasta más de 20 centímetros. Para sostener el plato, junto con la extirpación de los dientes, el labio inferior es mutilado de tal forma la estructura carnosa del mismo se comporte como una cuerda que presiona el plato contra las encías de la boca, acomodando el complemente en el hueco de los dientes extirpados.
A mayor tamaño y mejor color más estatus posee la chica, más fácil de casar será y mejor dote podrá pedirse por la misma a la hora de la boda. El plato se usa solamente en ocasiones importantes que requieran de etiqueta, es una suerte de complemento de gala en fiestas religiosas y sociales de la tribu sin embargo la mujer, ya mutilada, tendrá que vivir de por vida con un labio inferior mutilado que le colgará varios centímetros, a veces hasta el cuello, y con eso harán su vida.
Esto responde a un canon de belleza que va unido a una demostración asociada de poder y estatus que las hace deseables y muy cotizadas entre los varones. Lo peor de todo es que la cadena de mutilaciones no acaba ya que antes de casarse sufrirán el ritual de la ablación. (Foto: Google)