Más allá de las guerras híbridas, la nueva realidad bélica

La guerra, como cualquier institución, ha ido mutando y no ha sido ajena a los avatares del tiempo. Tal vez esta es la institución más antigua permanentemente en funcionamiento de la historia de la humanidad. Sin embargo, ha sufrido evoluciones políticas (desde masivos ejércitos imperiales hasta pequeños grupos militares feudales), desde ser una institución monárquica o nobiliaria descentralizada a ser un pilar republicano.

El ejército, por lo tanto, ha pasado por diferentes etapas: desde la introducción de la pólvora hasta la industrialización y la motorización de la guerra. Estos cambios diversificaron el ejército y se tuvo que adaptar a una nueva realidad tras la Segunda Guerra Mundial con el miedo nuclear, que minimizaba las posibilidades de una guerra convencional como la respuesta a los despliegues militares.

La Guerra Irrestricta, la teoría de la nueva guerra de China

La industrialización y nuclearización de ciertos ejércitos que, no nos engañemos, han sido la base del éxito económico y diplomático de Estados Unidos se idearon nuevas fórmulas de guerra: la guerra asimétrica o guerra de guerrillas consistente en evitar enfrentamientos directos o grandes batallas salvo cuando las fuerzas quedan embolsadas en un territorio y se produce una batalla “tradicional” bautizada como “combate urbano”.

El planteamiento básico de las guerrillas consiste en plantear una guerra total contra el despliegue militar enemigo basado en el ataque al desarrollo logístico del ejército enemigo (cuarteles, transporte de tropas etc… basado en ataques con morteros, minas antiblindados y emboscadas). Pero también contra el estado nuevo impuesto como sostén y justificación del despliegue.

Esto desarrolla e introduce un nuevo actor: la guerra privada, no como subcontratas de grupos militares privados y empresas sino como guerras llevadas a cabo de forma privada por contingentes que responden ante la autoridad indiscutible de un líder movido por su carisma y sus ideales, pero enfrentado tanto al gobierno nacido de la invasión, la ocupación militar y, a veces incluso el gobierno derrocado y sus movimientos de resistencia.

Estos grupos “líquidos” suelen emprenderla también a modo pedagógico con la población civil para evitar cualquier colaboración tanto con el gobierno de postguerra como con el enemigo. De esto aprendimos mucho en la Guerra de Iraq de 2003 cuando el mapa quedó fragmentado y se cronificó un estado de guerra que dividió el país en una suerte de “principados” en constante guerra unos contra otros, lo que otorgaba cierta elasticidad a las operaciones de las coaliciones internacionales.

Esta elasticidad implica también una alta volatilidad y el riesgo de que ese capital pueda ser aprovechado, como hizo Estados Unidos con la Alianza del Norte afgana en 2001 o con los Peshmerga en 2003 en Irak. La particularidad de estos elementos y de la realpolitik consistía en que, una vez vencidos, se les pudiera reintegrar en el nuevo modelo de estado lo cual es muy típico del modelo occidental especialmente tras las guerras napoleónicas y en Congreso de Viena donde Tayllerand logró reintroducir a Francia, con el apoyo de los países vencedores de la propia Francia, a la comunidad internacional con la Cuádruple Alianza y la Santa Alianza o como ocurrió por parte de los Aliados occidentales con la Alemania Federal tras la Segunda Guerra Mundial fórmula que Estados Unidos ha intentado replicar una y otra vez.

Las Guerras de Línea de Fractura, conflictos entre grupos politizados bajo una base identitaria diferenciada.

Sin embargo, el problema de estos escenarios es la incapacidad de las coaliciones internacionales de erradicar la resistencia ya que en ella se invocan elementos identitarios tan profundos y existe tal miedo a la estructura en sí más allá del líder que es muy difícil penetrar más allá de cierta superficialidad local. El equilibrio de poder por lo tanto no se puede restablecer y, si lo hace, debe ser a través de la legitimidad establecido en un sistema interno westfaliano de resortes entre estas comunidades que poseen ejércitos a veces más potentes que los propios ejércitos estatales que no pueden imponerse.

El modelo, por tanto, de nueva guerra, se basa en enquistar rápidamente el grupo en un santuario donde obtener recursos económicos y sociales que refuercen la posición política a través del apoyo a las operaciones militares guerrilleras, lo cual otorga capital para negociar frente a la autoridad central y transformar ese elemento en una opción política interna.

Sin embargo, como hemos dicho, estos grupos que controlan regiones y llegan a establecer modelos de protoestados se sostienen o mimetizan muchas veces de estructuras criminales como ocurrió en Afganistán, Chechenia o Bosnia con las mafias de tráfico de drogas. En este caso, como hemos visto, se llega a escenarios de guerra de resistencia en muchos casos despolitizada y basadas en la táctica terrorista lo que elimina la profundidad y la capacidad de reacción militar ya que no existe el frente ni los soldados, ni siquiera operaciones militares propiamente dichas: existen actividades violentas.

Esto obliga, como ha ido ocurriendo, a engrosar y financiar complejos aparatos de inteligencia civil y militar que sirven como recolectores de información que una vez trasformada en inteligencia permite el despliegue en el territorio de fuerzas militares pequeñas (las “fuerzas especiales”) que están especializadas en labores de información y en actividades tácticas de grupos pequeños frente a grupos armados.

Actores y tensiones en un conflicto armado

En este complejo sistema, como hemos visto, de guerras postmodernas pero con claros rasgos feudales llevadas a cabo por “principados” productos del colapso del poder central (Rusia en los 90 en Chechenia, Afganistán tras la intervención soviética, Irak tras la Guerra de 2003, Palestina tras el colapso y la nakba, Centroamérica tras las crisis de los años 70). Todos estos grupos eran grupos “privados” que contestaban el monopolio bélico de los estados y las zonas que capturaban eran auténticos estados.

La incapacidad de imponerse generaba un equilibrio que se rompía cuando uno de los poderes equilibrados obtenía tanta fuerza que superaba a las demás y trataba de imponerse (como en la Guerra de Siria o Libia, ahora en curso) o, en su defecto, en el escenario de equilibrio primario surgía un grupo secundario que quería hacerse con un hueco en la primera fila provocando un reajuste de todo el sistema (caso de los talibanes frente a la amalgama de milicias afganas en los años noventa).

Curiosamente, en estos conflictos rara vez hablamos de guerras por cuestiones fronterizas o guerras de expansión sino guerras por gestionar un territorio desgajado incapaz de ser restituido por el poder central y que es refrendado por la comunidad internacional (al menos en parte) como el caso de los estados ex yugoslavos (notable caso el de Kosovo) o el intento de una de estas milicias de tomar el poder y marchar sobre la capital para imponer su visión estatal (talibanes en 2021).

Todo ello en una situación de crisis transfronteriza debido a la oleada masiva de refugiados asaltando fronteras de países vecinos, radicalización y contagio a países vecinos en situación, cuyos grupos contestatarios al poder central trataran de replicar la caótica situación ya sea por mera imitación o por alineamiento ideológico (caso de los alzamientos islamistas de 2011) o forzando la intervención de otros países para no verse afectado en su seguridad y estabilidad interna por amenazas existenciales (Arabia Saudí en Yemen).

En otro plano están los estados que hacen del caos vecinal su mejor baza para expandir su influencia en el “totum revolutum” de estos “principados militarizados” para tejer alianzas políticas y militares que redunden en la política interna del país y les permita levantar gigantescos constructos político-militares con sanción ideológica o, en su caso, religiosa, que penetre en el estado y otorgue una influencia decisiva al estado interviniente (Irán en Irak o Líbano).

La teoría naval turca, entrevista al Almirante Cihat Yaicy.

En definitiva, guerras de guerrillas cuya presencia en el escenario táctico provoca crímenes de masa y genera una criminalidad asimétrica que hace que grupos terroristas nacidos como guerrillas yihadistas sean ahora más grupos criminales ordinarios con un apéndice guerrillero que la organización que les vio nacer al contrario que en  Iberoamérica cuyo camino tomado por meros grupos delincuenciales de tráfico de drogas han abrazado la acción paramilitar desde tiempos de Pablo Escobar en Colombia y que se ha hecho muy fuerte en México, Guatemala o Brasil de tal forma que a ojos de un profano las actuaciones de los cárteles mexicanos son casi indistinguibles de las tácticas de DAESH salvo por su contexto de origen (de la droga al terrorismo / del terrorismo a la droga.

El problema de los actores es que podríamos considerar que las guerras, ya por inicio clásico (una invasión), un alzamiento fallido (Guerra Civil española) o el colapso de un poder central provocan un estado de caos que hace que la guerra sea una dinámica autónoma que se conduzca sola, democratizando la actuación de la violencia armada en grupo, mortífera por la motorización y la industrialización que permite obtener vehículos y armas por muy poco precio así como la facilidad de manejarlas.

Esto hace que el concepto de guerra y de los ejércitos haya quedado obsoleta, de ahí que tanto chinos, como rusos o estadounidenses estén trazando nuevas vías militares. De hecho el modelo tradicional que se basaba en usar tácticas en función de hombres y estados y que Estados Unidos, con su poder tecnológico modificó, estableciendo tácticas teóricas y desarrollando armas y entrenamiento para probarlas se ha vuelto desfasada ya que la “conscripción” que plantean los grupos militares se basan en los hombres reclutados y los recursos que poseen en sus santuarios y pueden movilizar.

De hecho esa es una de las razones de la baja actividad que acaban desarrollando estas guerras eternas, ningún grupo puede imponerse porque no tienen la capacidad política por su sectarismo (al deberse a sectores muy estrechos de la población) pero también por la incapacidad de movilizar y mantener tropas lejos de sus santuarios tendiendo a avanzar en una explosión militar (caso de DAESH en 2014) para acabar colapsando por el empuje militar de los sectores que no aceptan las tesis y el despliegue militar y que, en sus santuarios son capaces de movilizar recursos y ponerse de acuerdo en volátiles acuerdos, a veces transnacionales (lo que añade mayor inseguridad posterior), para sacarlos de su espacio vital pero sin poder avanzar mucho más allá del territorio propio (caso de los kurdos en Siria o Irak).

En definitiva, un modelo de conflicto armado tendente a la inestabilidad, complejo y llamativo que pasa por ciclos de mucha actividad frente a ciclos de latencia, que establece redes de “señores de la guerra” que derivan en territorios “principesco” que buscan legitimación (caso de Somalilandia o Puntlandia pero también de la extinta República de Artsaj) y que se reconozca su estatus y que por sus implicaciones identitarias puede atraer a muchos partidarios a través del uso de las redes sociales desestabilizando incluso países en otro continente y llevando a otros países la guerra a través de esta alineación ideológica con los monopolizadores de la violencia (las llamadas a la guerra en Europa por parte de grupos como Al Qaeda o DAESH).

También están los que se apropian de estas estrategias de milicias para establecer en esas regiones poderes alineados construyendo una estrategia de satrapías al servicio de los intereses de otros estados que ven en estos caos una doble función: neutralizar potenciales rivales poderosos en estados pacificados y con poder central por un lado y por otro expandir su propia ideología de tal forma que les permita controlar ese escenario como Francia hizo durante siglos con Alemania apoyando los principados para evitar una unificación alemana (que se dio en el siglo XIX y que con la reunificación de 1989 Mitterrand exigió garantías o como Irán en el complejo y fragmentado escenario de Oriente Próximo desde los Zagros hasta el Mediterráneo. (Foto: Wikimedia)

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