Rusofobia en España

Desde hace años se lleva dando un sentimiento de rechazo hacia las políticas del Kremlin en Europa Occidental porque desde nuestras posiciones no entendemos ni aceptamos el hecho de que un presidente defienda su país, sus intereses o sus fronteras ya que eso en Europa es inaceptable, en Europa (muy malos, racistas y colonialistas) tenemos que dejarnos hacer en una suerte de venganza del karma.

Cuando comenzó la guerra de Ucrania la gente se posicionó, naturalmente, en uno u otro bando pero los medios de comunicación hicieron el trabajo de adoctrinar a la gente para que se posicionara en bloque en un sentido cercenando información, cortando, quitando y poniendo. Obviando los compromisos adquiridos en base a tratados, declaraciones y memorándums de ambas partes.

Sin embargo debemos reflexionar seriamente sobre la cuestión de la rusofobia y cómo se ha ido orquestando a todos los niveles. En primer lugar los medios de comunicación, de forma muy sutil, con su ataque contra el gobierno ruso generaron un clima antigubernamental que se ha ido transformando en un clima abiertamente antiruso en la sociedad y eso ha afectado a los rusos en España.

En RTVE Genya, una mujer rusa propietaria de un restaurante, dijo que tras el estallido de la guerra había empezado a sentir que su establecimiento estaba siendo boicoteado, el 20 de marzo se reportó que Casa Rusia de Marbella había sido vandalizada y se habían pintado esvásticas y la Z en la fachada o en el periódico El Mundo, Nordin, el dueño del restaurante “Las Noches de Moscú” comentaba que habían amenazado a la camarera (curiosamente ucraniana) con violarla y este es sólo uno de los casos. Si navegas por los diferentes periódicos ves cada vez más quejas sobre el boicot, los ataques o las amenazas a los ciudadanos y negocios rusos en España.

Esta rusofobia no genera el mismo rechazo social que otros tipos de fobias como la islamofobia, esgrimida siempre que se producía un atentado terrorista. A veces se esgrimía como causa de los ataques porque en Europa éramos “islamófobos” o se temía que los ataques incrementaran las islamofobia aunque ya cualquier crítica al Islam, al mundo árabe o a cualquier ciudadano árabe es islamobia que, junto con el racismo, se ha usado para intentar acallar y blanquear las fechorías de diferentes manadas de MENAS en España.

Sin embargo la rusofobia no sólo es que esté siendo inquietántemente tolerada en España sino que cuenta con el beneplácito de las redes sociales. Facebook, con una manía censora que haría las delicias de cualquier comisario soviético de la era más dura de Stalin, ha decidido permitir los mensajes rusófobos contra Putin y los soldados rusos en Ucrania pero, de forma indirecta, el algoritmo permite estos ataques contra los rusos presentes en el mundo de las redes sociales institucionalizando una discriminación de facto dándole carta de naturaleza usando el pretexto de una guerra que, aunque dolorosa, no tiene nada que ver con los ciudadanos rusos en España.

Aceptar que el ruso, por el mero hecho de serlo, puede ser señalado y atacado es una medida de discriminación total que va contra la propia ley y el estado de derecho que hemos demolido en pos de hacer una estúpida guerra híbrida contra una comunidad integrada dentro de nuestro territorio.

Sin contar con las sanciones a los diplomáticos, sanciones que son el fin de la diplomacia y la cortesía diplomática (valga la redundancia). Un diplomático no es un soldado, es un relaciones públicas (para entendernos) de su país; en este caso Rusia, que realizan diferentes actos políticos, sociales, culturales (la gran mayoría de ellos son culturales) y, al fin y al cabo son trabajadores. Privarles de su sustento y sancionarles a ellos, que no tienen nada que ver con la guerra a pesar de ser representantes de Rusia, es una medida de castigo colectivo y discriminación que no sólo les daña a ellos sino también a sus familias.

Castigar a las esposas, esposos e hijos de los diplomáticos rusos, que nada tienen que ver con las actividades de sus padres, esposos u esposas es una medida coercitiva que trasciende lo aceptable, sobre todo porque jurídicamente no existe una justificación real para realizar estos actos ya que ellos son trabajadores del estado, no de Vladimir Putin ya que han esgrimido este argumento para el ataque a los diplomáticos de la misma forma que han justificado la congelación de activos vinculados a personas estrechamente relacionadas política y empresarialmente con el GOBIERNO, pero es que un diplomático no es un funcionario de un GOBIERNO sino de un ESTADO.

Putin mañana puede dimitir, pasar el poder o quedarse otros 20 años más (eso es cuestión de los rusos) pero el diplomático siempre estará al servicio de su país independientemente del gobierno o el líder de turno. El embajador de Rusia en España, si leen su currículum en la web de la embajada transitó por la Unión Soviética, el gobierno de Yeltsin y el gobierno de Putin…y seguirá hasta su jubilación por lo que atacar de esta forma a gente inocente, trabajadores al fin y al cabo va en contra de todos los principios básicos que defendemos como demócratas liberales occidentales.

De hecho, una vez acabe esta guerra y las sanciones se vayan levantando, este periodo de tiempo será materia de estudio jurídico tanto por la violación de la diplomacia como con la permisividad en la manifestación de la rusofobia en medios de comunicación, redes sociales y la sociedad en su conjunto, permisividad en la rusofobia que sería impensable en otros colectivos españoles.

En definitiva y a pesar de los palos que me puedan caer, Rusia y sus ciudadanos en España ya sean diplomáticos, profesores, empresarios o fontaneros cuentan con mi solidaridad más sincera y mi apoyo porque a pesar de que la guerra es terrible deberíamos luchar por la paz y por el entendimiento y qué menos que intentar acercar a los colectivos a la moderación y el diálogo.

Castigar a rusos en España por el sufrimiento de las familias ucranianas (aunque también de las familias rusas del Donbass desde 2014, de lo que no se habla) en la guerra es un sinsentido y una falacia.

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