La crisis del COVID-19 ha servido para realizar todo un proyecto de ingeniería geopolítica que está redundando en la economía y el orden social. De entrada tenemos diferentes crisis de larga duración pero bajo impacto que han eclosionado con el virus.
Hablo de la crisis energética. Años de explotación de recursos por parte de las sociedades tecnificadas, que son todas ya porque encontramos IPhones, Huawei´s o Xiaomi por doquier en cualquier rincón del mundo. Generar este tipo de industrias requiere recursos y energía, sosteniéndose sobre un pilar básico: captación de recursos a nivel mundial que provoca excedente (se obtiene más níquel o coltán del necesario) + energía barata lo cual hace la industria rentable y comercial.
Sin embargo este superávit de recursos en manos de estados y compañías genera, en paralelo, el aumento del déficit de esos mismos recursos porque estos no son infinitos, de forma que cada vez hay menos recursos estratégicos disponibles (aunque sean fáciles de obtener) o, en su defecto, hemos horadado la capa superficial fácil de recolectar y las grandes reservas son tan difíciles de obtener que el TRE (Tasa de Retorno Energético) es negativa, es decir gastas más en la obtención de ese recurso que el valor del recurso en sí mismo.
Eso está pasando, de ahí la carrera en África, América Latina y Sudeste Asiático para lograr estos materiales estratégicos, tecnológicos y combustible.
La civilización moderna tecnificada sobre la que se asienta la globalización tiene en el transporte de mercancías y personas su columna vertebral. El capitalismo es un sistema económico comercial que necesita de ese transporte y de crecimiento constante, lo que se traduce en la innovación, sin embargo mientras que el capitalismo es un sistema que mueve al desarrollo este, como los recursos, no es continuo ni infinito sino que está sometida a una ecuación sencilla: El desarrollo consume recursos, a más desarrollo más consumo y a más consumo menos recursos. A menos recursos más energía es necesaria para sostener el desarrollo y buscar nuevos recursos, todo hasta el quiebre.
A nivel de innovación hemos alcanzado el techo tecnológico, de hecho hay muy pocos inventos nuevos ya que ahora estamos en la espiral de la mejora. Un hombre de 1850 que hubiera sido trasladado a 1950 vería muchos inventos: el avión, los blindados, fusiles de asalto, televisión, cine, teléfono normal y móvil etc…, un hombre de 1950 que viniera ahora a 2020 sólo vería mejoras…mejores aviones, mejores teléfonos ¡algunos hasta móviles!, mejores coches, mejores misiles, mejores metralletas…poco nuevo, tal vez los ordenadores e internet y la ciencia médica.
El progreso en matemáticas es posible y puede ser constante pero cuando empezamos a establecer las variables materiales ese progreso no es constante…ahora mismo no hay innovación, estamos en una meseta tecnológica que se limita a mejoras.
La tan cacareada transición energética no es un capricho sino una necesidad que simplemente viene tarde y mal. Repsol, por ejemplo, sale del petróleo a pesar de haber encontrado 11 yacimientos petrolíferos (ocho de explotación y tres con yacimientos confirmados) en 2020. En 2019 las prospecciones alrededor del mundo fueron del doble, hace falta de forma urgente seguir buscando nuevas reservas para sostener el sistema el máximo de tiempo posible.
Desde el año 2008 las búsquedas petrolíferas han caído un 300%, en 2014 la inversión en búsqueda de yacimientos era de 1.800 millones, la estimación para 2021-2025 es sólo 300 millones. Repsol, que forma parte del «Plan de Reconversión Verde» no lo hace por voluntad o conciencia medioambiental sino porque desde estas empresas saben que el recurso de su comercio está escaseando y va a llegar un momento que no sea rentable por lo que deben reconvertirse para seguir dentro del juego económico.
Las compañías internacionales de explotación petrolíferas (tanto públicas como privadas) están llevando a cabo su reestructuración a costa de la rentabilización de sus reservas, usadas como fondo de transición de la propia empresa ya que ese recurso, al haber sido extraído hace tiempo y sometidos a los nuevos precios, generan los beneficios necesarios a un coste irrisorio, lo que permite realizar semejante operación de ingeniería comercial en paralelo a la retirada progresiva de este mercado.
Siempre se dijo que el petróleo se acabaría, no es así…se dejará de usar cuando la TRE sea negativa. Con el fracking lo era, sin embargo Estados Unidos apostó por este modelo que exprimió los pozos petroíferos, aumentó tanto las reservas estratégicas como la disponibilidad del crudo y convirtió a Estados Unidos en el mayor productor de petróleo del mundo a pesar de tener que subvencionar a fondo perdido estas empresas y obtener una baja tasa de retorno energético.
Hay muchos más indicios. La reducción de la flota de Lufthansa en más de 100 aeronaves y la cancelación de su escuela de pilotos en Bremen ha hecho saltar las alarmas, la compañía se ha reestructurado. Rusia y Arabia Saudí, grandes productoras de petróleo, han llegado a un acuerdo para equilibrar el mercado petrolero reduciendo la producción del mismo.
Alexander Novak, viceprimer ministro ruso, dijo que antes de la crisis del COVID-19 la demanda de petróleo mundial estaba en 100 millones de barriles por día mientras que ahora entre 6 y 8 millones por debajo de esta demanda, de ahí el acuerdo para estabilizar este recurso, su producción y consumo.
La crisis del COVID-19 y el parón generalizado que se dio con los confinamientos y toques de queda ha dado un respiro a la comercialización de estos recursos alargando, en la medida de lo posible, la disponibilidad.
Sin embargo este respiro viene sumado a una campaña de concienciación para la transición energética usando modelos cognitivos que permitan la aceptación de un nuevo sistema de restricciones graduales sin provocar graves tensiones sociales al mismo tiempo que preparan a los estratos jóvenes para tener una vida de peor calidad que la de sus mayores.
El quiebre energético en una sociedad como la nuestra implica restricciones en cosas básicas como la importación de alimentos ¿la carne barata?…se acabó, ¿la mejor opción? propagar el veganismo para que la gente acepte como decisión y criterio propio el hecho de no alimentarse con carne. Renunciar no por el hecho de su precio debido a lo caro del transporte por falta de energía o su altísimo costo por su escasez sino que no consumir carne sea una decisión propia.
La «Transición Verde» no es una reestructuración social producto de la necesidad inherente por respetar el medio ambiente o porque nos hemos convertido en gente con conciencia. Esta sociedad/civilización se está agotando y antes de vivir un quiebre total el sistema político-financiero-comercial-social se lleva años trabajando en esta transición que se está llevando a cabo de forma acelerada y mal. Las transiciones energéticas implican transiciones sociales en todo su conjunto que puede requerir siglos.
Nuestra sociedad es producto de la revolución industrial que data del siglo XVIII, factores como el sistema social, económico, político y energético han necesitado un tránsito de trescientos años (y era a mejor) ¿Cómo se va a vivir una transición energética/industrial con sus consecuencias políticas, sociales, religiosas y geopolíticas a peor en diez años?, sencillamente imposible. (Foto: Wikimedia Commons)