El concepto de democracia ha caído en el más absoluto materialismo institucionalista; creemos que vivimos en una democracia por la existencia de tal o cual institución olvidándonos que, realmente, la institución es un recipiente que debe ser copado tanto por las funciones para los que se ha creado esta institución como por personas que la llevan a cabo.
Vivimos en un contexto social del cual puede nacer cualquier cosa menos democracia…realmente democracia es un concepto que engloba, en el campo político, la soberanía ¿cómo vamos a vivir en democracia si no tenemos soberanía ya que la cedimos a organizaciones internacionales?, ¿cómo vamos a estar completos si nos mutilan una parte del cuerpo?.
De la misma forma que existe un derecho a la integridad física y un castigo para el que no la respete debería existir un derecho a la integridad soberana (más allá de la territorial) sino un derecho a la integridad de la soberanía de nuestras instituciones y, obviamente, un castigo al que no respete esa norma.
Pero la democracia es algo más que voto, soberanía económica, social o política sino que debe de enmarcar en ello un carácter democrático que, curiosamente, no debe ser tolerante…la tolerancia es lo más irrelevante e importante en el talante democrático.
La democracia y su espíritu debe nacer del respeto a uno mismo como individuo y del amor, sí…del amor y no hay nada más revolucionario que el amor a la propia patria porque del amor a la misma se lucha por mejorarse uno como ciudadano y a la colectividad y, con ello, transforma el país.
Asimismo no hay nada más democratico que la igualdad entendiendo que la igualdad no es más que una ficción: sólo existe la igualdad ante la muerte pero más allá la única igualdad que puede existir es ante la ley…frente al juez que es la mano ejecutora del Imperio de la Ley.
No hay nada más antidemocrático que, en alas de una defensa igualitaria, vaya señalando y diferenciando creando tribus, clanes, tendencias, grupos, lobbys que, siempre, se enfrentan entre ellos y nunca por otra cuestión que no sea el poder de escalar hasta la cúpula de la democrácia.
La democracia, por lo tanto, debe de rechazar cualquier tipo de trato especial o cualquier tipo de señalamiento de la diferencia porque el cometido debe ser la lucha por potenciar lo que nos une como colectivo y como pueblo seamos españoles, franceses, congoleños o de Kiribati. La democracia debe ser la expresión natural de un pueblo que quiere relacionarse de forma sana.
Sólo las dictaduras y los totalitarismos buscan la clasificación de sus ciudadanos…la atomización les hace fácil de comprar, corromper, infiltrar, amenazar o destruir. Por lo tanto el padre de la democracia, la libertad, debe pararse frente la piel de cada uno y no penetrar, ni intentarlo, en la mente del individuo ni, tampoco, penetrar su segunda piel que es su casa.
Integridad física e inviolabilidad de la vivienda (salvo caso de fuerza mayor o de oficio por imperativo legal por una investigación judicial tasada) debe ser ese principio rector del individuo en la sociedad…no la colectivización comunista que vacía al hombre ni el invidualismo capitalista que lo diluye en el capital. La democracia es ese equilibrio que educa al ciudadano y le fuerza y obliga a mejorarse; a ser el mejor individuo posible para beneficiarse él y, por lo tanto, los demás.
Eso se logra gracias a la bendición de que no todos somos iguales, de que no todas las culturas son iguales y que todas, unidas, aportan cosas diferentes, matices de un mismo objetivo. El ser humano en su complejidad no puede aceptar la igualdad más allá del respeto debido ni más allá de la propia efectividad de la justicia.
Por eso la democracia debe abstenerse, para no corromperse y convertirse en una dictadura refrendada por el voto, de entrar en cuestiones privadas dentro de los hogares y de la propia psique de sus ciudadanos evitando la clasificación, los lobbys, la atomización y la diferenciación. (Foto: Wikipedia)