La caída de la URSS dejó un rastro de inestabilidad crónica en muchos países del bloque soviético producto de una caída violenta por el fracaso de las reformas de Gorbachov, el secreto Tratado de Belavedzha, la adquisición de la soberanía estatal por encima de la URSS que sigue existiendo en la testimonial organización internacional CEI (Comunidad de Estados Independientes).
Aquí el artículo sobre la discriminación de los rusos en Lituania.
En el báltico la situación no fue mejor, la “transición” modélica hizo que rápidamente Estonia, Letonia y Lituania reivindicaran su pasado independiente incluso en su última etapa como estados-satélite del III Reich y calificaran la llegada soviética como una invasión de “asiáticos” (como denominan a los rusos).
De hecho, en sus discursos políticos la “Europa del Este” ha pasado a ser Bielorrusia y Rusia mientras que el resto de países de la ex Unión Soviética en Europa han pasado a denominarse “Europa Central” (caso de Polonia, República Checa, Eslovenia, Hungría o Eslovaquia) y Estonia, Letonia y Lituania ahora sean “países bálticos”. De hecho, en 1999 se intentó redefinir a Estonia como un país nórdico por parte de Toomas Hendrik Ilves (presidente de Estonia entre 2006-2016).
La política en los noventa, cuando estos países rápidamente accedieron a la independencia, fue la de consolidar un estado-nación con un molde étnico-cultural y lingüístico que claramente era lesivo para los ciudadanos rusos que, de repente, su capital ya no era Moscú sino Tallin, Riga o Vilna y cuyos gobiernos, con un fuerte componente étnico-nacionalista, no les veía como iguales sino como los hijos de los invasores rusos o como antiguos comunistas peligrosos, en definitiva…vivían bajo un gobierno hostil.
Estonia, un caso especial
El primer objetivo de los nacionalistas, identificados como anticomunistas y antirusos era alejarse lo antes posible de Moscú y reforzar su posición y sus fronteras frente a una posible Rusia agresiva. Los duros años noventa bajo el dominio de Yeltsin, la liberalización (o secuestro) de la economía postsoviética en manos de oligarcas y sus aspiraciones al poder, así como la disolución de los servicios de inteligencia y el diseño de los servicios modernos, la guerra en Chechenia, el problema del Cáucaso y el riesgo de una secesión en Tartaristán dieron tiempo a los nacionalistas para reforzarse.
Los países bálticos, así como el resto de países de la Ex – URSS, incluida la Bielorrusia de Stanislav Shushkevich aunque sería Alexandr Lukashenko quién reconduciría la situación virando hacia Moscú. Lo primero que hicieron fue entrar en la ONU y reforzar su cooperación trilateral con organizaciones como la Asamblea Báltica interparlamentaria y el Consejo de Ministros Báltico intergubernamental así como la colaboración regional con los países nórdicos, especialmente Finlandia y Suecia. Este sería el puntal occidental con el que reforzarse y protegerse poniéndose primero bajo la protección de Estados Unidos (la administración Clinton hizo mucho para proteger a estos nacientes estados) y la UE rápidamente les acogió como estados candidatos.
En la primera mitad de la primera década del 2000, ante la estabilización durante el primer mandato de Putin y ante el triunfo limitado de la “revolución naranja” (2005) de Yushenko frente a la fortísima oposición rusa decidieron introducir rápidamente a estos países en la UE y en la OTAN a marchas forzadas para hacer irreversible la vuelta a Moscú.
Para ello rebajaron las exigencias en materia de derechos humanos y la cuestión rusa en Estonia quedó silenciada. Ya en un artículo de 2006 Amnistía Internacional pedía que se pusiera fin a la discriminación y exclusión contra los rusos (que representa un 24,7% de la población total) cuya lengua, por ejemplo, fue eliminada como lengua oficial y carece de cualquier estatus. En la Constitución de Estonia se consignó el hecho de que la primera labor era la de preservar la nación estonia, definida no como una categoría de población heredada de la antigua república soviética estonia sino como una categoría étnica frente al resto de nacionalidades postsoviéticas que no cabían en el molde étnico que se había impulsado creando, por ello, un estado-nación étnico.
A comienzos del siglo XXI se comenzó con la transferencia de escuelas rusoparlantes a escuelas estonias, de hecho, una cuestión similar con el idioma en Ucrania en 2014 con la amenaza de la derogación de la Ley Kiválov-Koleschinenko, una ley que reconocía el idioma ucraniano como idioma estatal en Ucrania pero que reconocía el uso de lenguas regionales si el número de hablantes de estas lenguas es al menos el 10% de la población de una determinada región y, en algunos casos, incluso menos del 10%.
Esta ley contentó a los ruso-ucranianos a pesar de la amenaza en 2014 de derogarla, lo que provocó la primera revuelta, el inicio del conflicto de Donbass y la definitiva derogación en 2019 por la ley ucraniana «Para garantizar el funcionamiento del idioma ucraniano como idioma estatal».
Lo que se hizo en Ucrania “ucranizando” a la población rusa ya se hizo en Estonia también “estonizando” a los rusos contra su propia voluntad y presionando. La situación es tan grave que en Estonia hay 69.993 personas sin ciudadanía, pero sin ser apátridas. Son residentes estonios de origen soviético, especialmente rusos, que no tienen ciudadanía y, por ende, derechos. A pesar de tener un remedo en la forma de un pasaporte especial con derecho de movimiento libre schengen y por Rusia durante tres meses en periodos de noventa días.
Este pasaporte especial, pensado sobre todo para los rusos de Estonia que no emigraron ni se hicieron estonios, les sirve como identificación y les segrega del resto de la población. De hecho, sólo pueden votar en elecciones locales y para obtener la ciudadanía estonia deben pasar un examen de lengua, historia y cultura estonia. Esta situación, que sufre una media de 2 de cada 3 ruso-estonios redunda en su indefensión y su incapacidad para luchar por sus derechos frente a un aparato estatal estonizado.
A nivel social y económico esto se muestra en la poca cantidad, pese a ser el 24,7% de la población, de rusos en la política, cuerpo funcionarial o fuerzas armadas que deja un sabor de régimen sui generis de apartheid por el cual el ruso es percibido como un sujeto extraño, antiguo opresor durante el gobierno comunista, sufre discriminación, rechazo social y laboral aumentado por el discurso político. De hecho, en 2005 el 13% de los rusoestonios estaba en paro frente al 5% de los estonios étnicos.
Letonia, mano dura contra los rusos
Frente a esto los rusos del báltico ven como últimamente y con la excusa de la Guerra de Ucrania se desmonta y destruye el legado no sólo soviético, que los rusos sienten muy profundamente, sino también el legado zarista y se defenestra su cultura, se glorifica a antiguos criminales antirusos o se hacen desfiles de veteranos de las SS como ocurrió en Letonia, otro país de línea dura antirusa cuyo cauce para obtener la ciudadanía es aún más duro y tortuoso que en Estonia. Letonia, aparte de glorificar a los nazis en desfiles de veteranos de las SS, lo que causó gran polémica, prohibió los contenidos rusos en los medios de comunicación a partir de 2026 momento en el cual sólo se podría emitir en letón o en “otras lenguas del espacio europeo-UE”.
Aparte de esto, en 2022 se endureció la política antirusa tras la operación militar especial en Ucrania, casi 18.000 personas fueron afectadas y para poder renovar su permiso debieron pasar exámenes de lengua letona. De hecho, en Letonia la situación fue todavía más dura que en Estonia, los rusos que no hablaran letón no podían optar a la ciudadanía y quedaron convertidos en nepilsoni (no ciudadanos), a día de hoy representan un 10% de la población siendo que los rusos representaban un tercio de la población total.
Entre los ultranacionalistas bálticos se extendió la idea, nacida en el seno de los partidos nacionalistas etnicistas de estos países, de que la invasión de las repúblicas en la Segunda Guerra Mundial por parte de los soviéticos no fue una invasión comunista sino rusa, concluyendo que los rusos son un elemento exógeno que pretende la destrucción de sus naciones en la era soviética.
La Iglesia ortodoxa, otro frente
Esto ha llegado hasta la Iglesia Ortodoxa, que vio cómo en 1993 la Iglesia Ortodoxa Estonia se registró de forma independiente y en 1996 el Patriarca Ecuménico Bartolomé I reactivó lo tomos entregados a la Iglesia Ortodoxa de Estonia en 1923. Esto provocó una crisis entre Bartolomé I y el Patriarca de Moscú Alexei II que consideraba que el territorio eclesiástico de Estonia pertenecía al Patriarcado de Moscú y provocó una primera crisis con Constantinopla, que más tarde se recrudecería con el reconocimiento de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana Autocéfala por parte del Patriarca Bartolomé I que quedó enfrentado con Kirill de Moscú.
Estos movimientos del Patriarca contra Rusia puede que tenga que ver con el hecho de la idea de Primus Inter Pares ortodoxa del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, cuya sede ya no está en un estado cristiano sino musulmán (Turquía) y tiene pocos fieles en comparación con la masiva, poderosa y rica Iglesia Ortodoxa Rusa que, además, reclama para Moscú la corona de “Tercera Roma” frente a Estambul.
En definitiva, a la iglesia de Estonia le apoyó la Iglesia Ortodoxa de Finlandia y se dividió el territorio entre la nueva Iglesia Ortodoxa de Estonia (con unos 31.000 miembros), los que se fueron con Constantinopla (una minoría) y los que se quedaron con el Patriarcado de Moscú (la mayoría de rusos étnicos). En total la comunidad representa un 16,15% de la población, aunque entre la mayoría de estonios étnicos se practica el ateísmo o, en su defecto, el luteranismo.
En definitiva, una realidad silenciada y compleja que sufren los rusos en los territorios heredados de la caída de la Unión Soviética y que tal vez inspiró la “Doctrina Putin” de defensa de las comunidades rusas fuera del territorio de la Federación basada en el russkii mir (el mundo ruso), que ha ido calando en estas poblaciones marginadas y maltratadas frente al silencio cómplice de la UE, organización de la que estos países forman parte. (Foto: Wikimedia commons)