En noviembre – diciembre de 2024, desde Idlib, Ahmed al Sharaa, el líder del grupo terrorista HTS – Al Qaeda lanzó una ofensiva con apoyo turco e israelí que acabó derrocando al gobierno del legítimo presidente de Siria, Bashar al Asad.
A las pocas semanas, en enero de 2025, Ahmed al-Sharaa fue designado como presidente interino de Siria durante la Conferencia de Victoria de la Revolución Siria, marcando un momento crucial en la historia reciente del país. Su nombramiento simbolizaba una transición para estabilizar la nación, restablecer el orden y reconstruir las instituciones estatales tras años de conflicto y derrumbe del sistema anterior bajo el prisma del rigorismo yihadista. Al-Sharaa asumió la responsabilidad de gobernar en un período de profundas incertidumbres, promoviendo la unión nacional y la recuperación internacional.
La caída de Bashar al Asad y su llegada al poder abría unas grandes incógnitas. En primer lugar lo seguro era el apoyo turco, que trabajó muy duramente a la hora de legitimar al nuevo gobierno y ayudarle a estrechar relaciones.
En segundo lugar, la alegría en occidente cuando Al Sharaa habló de libremercado y comenzaron a caer las sanciones económicas y las búsquedas judiciales. Territorialmente el país seguía dividido y eso no podía ser solucionado.
Irán estaba fuera de Siria y Hezbollah también, ahora convertidos en enemigos por lo que Siria estaba cogida con pinzas y a merced de un Israel ansiosa por anexar territorios y destruir cualquier capacidad militar de los sirios.
Sin embargo, su mandato no tardó en confrontar serios desafíos internos y, empezaremos, por lo último: el estallido de violentos choques en la región de Suwayda en julio de 2025. Los enfrentamientos entre comunidades drusas y beduinas culminaron con la intervención del ejército y ataques aéreos israelíes, evidenciaron la fragilidad del orden y la dificultad para consolidar la paz en un país desgarrado por múltiples frentes de conflicto. La situación en Suwayda, conocida como el “crisol de la revolución”, se convirtió en un símbolo de la tensión sectaria y la lucha por el control territorial, poniendo en jaque la autoridad del nuevo gobierno.
La comunidad drusa afrontaba un genocidio por parte de los yihadistas como ya lo habían sufrido alawitas y cristianos el pasado mes de marzo e Israel intervino, no por humanidad sino por intereses.
Israel tiene una gran comunidad drusa en su territorio integrada en su ejercito, servicio de inteligencia y demás, siendo además leales a Israel tanto los de dentro como los de fuera del país y con intereses israelíes de anexión de territorios o establecimientos de estados de reconocimiento limitado en forma de protectorado en Siria para retener influencia y evitar tanto la reaparación de Irán o la consolidación de Turquía, Israel arrasó Damasco, penetró en el territorio y Al Sharaa tuvo que huir de la capital.
Adicionalmente, en marzo de este mismo año, la violencia se intensificó en los alrededores de Daraa, la cuna de la revuelta contra Bashar al-Assad. Clanes leales a Assad y fuerzas opositoras se enfrentaron en el oeste sirio en una escalada significativamente más violenta que la guerra previa. Al-Sharaa, en su discurso del 8 de marzo, condenó enérgicamente estas acciones, responsabilizando a los remanentes del régimen caído y llamando a la unidad nacional frente a los ataques. Este episodio reflejaba la complejidad de consolidar el orden en un país dividido y el reto de integrar distintas facciones en un proceso de transición política que aún estaba en gestación.
La reacción de los yihadistas implicó violaciones de mujeres y niñas, mujeres casadas a la fuerza por botín de guerra, asesinatos de familias enteras y destrucción del patrimonio alawita en un genocidio que era una limpieza étnico religiosa y política por dos razones:
1- Los alawitas son considerados heréticos y según el sunismo deben ser convertidos a la fuerza o exterminados;
2- los alawitas eran el núcleo duro de apoyo a Bashar al Asad y había trazas de venganza política.
En resumen, el gobierno de Al-Sharaa ha sido un período marcado por esfuerzos de estabilización, pero también por crisis recurrentes. Su liderazgo ha enfrentado choques sectarios, insurrecciones dispersas y amenazas externas, todo en un contexto de reconstrucción y búsqueda de consenso. Si bien ha promovido la reactivación institucional y el diálogo con diferentes actores nacionales e internacionales, las heridas abiertas por la guerra y las tensiones internas siguen representando grandes obstáculos. La gestión de Al-Sharaa en esta etapa sigue siendo decisiva para definir el rumbo futuro de Siria, en una nación todavía fragmentada por el pasado conflicto y las disputas por el poder.