Nigeria, nación en el corazón de África, ha sido durante décadas una de las principales exportadoras de petróleo del continente y una pieza clave en el tablero global de recursos naturales. El estudio titulado «Nigeria’s Oil Wealth and International Relations: Multilateral and Bilateral Lending and Decolonial Therapies» de Fidelis Allen, publicado por el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri), nos invita a reflexionar no solo sobre la economía y política petrolera, sino también sobre las profundas heridas coloniales que aún permeabilizan la estructura social, económica y política del país.
El Auge y la Paradoja del Petróleo Nigerian
Desde antes de su independencia en 1960, Nigeria comenzó a explorar sus vastos recursos petroleros, rápidamente convirtiéndose en un actor relevante en la dimensión energética mundial. Sin embargo, a pesar de su riqueza en recursos, la paradoja se revela en los indicadores de bienestar: la pobreza persistente, el alto desempleo, la desigualdad de ingresos y la vulnerabilidad a las fluctuaciones del mercado global muestran que la abundancia no ha sido sinónimo de desarrollo inclusivo. La historia contemporánea nigeriana revela que la renta petrolera no ha sido un motor de bienestar para la población, sino más bien una fuente de conflictos, corrupción y destrucción ambiental.
En realidad, la riqueza petrolera ha reforzado un sistema de exclusión social que deja atrás a comunidades locales, particularmente aquellas afectadas por la contaminación y la degradación del entorno natural. La narrativa oficial contrasta con la realidad vivida por millones, evidenciando cómo el recurso no se ha traducido en un mejoramiento tangible de las condiciones de vida.
La Economía y las Relaciones Internacionales: Una Dependencia Peligrosa
El compromiso de Nigeria con las relaciones internacionales, mediadas por préstamos y alianzas con potencias globales, revela una dependencia estructural que limita su soberanía. La aprobación y promulgación de la Ley del Industria Petrolera en 2021, con la intención de atraer inversión extranjera, no ha logrado desactivar por completo las sombras del control externo. La asistencia financiera de organismos como el FMI y el Banco Mundial ha sido fundamental, pero también ha añadido capas de deuda que el país enfrenta con dificultad para gestionar.
La presencia de empresas petroleras, en particular las chinas, simboliza un intercambio desigual donde los intereses económicos y estratégicos prevalecen sobre las necesidades locales. Además, Nigeria utiliza el petróleo como un instrumento de «poder blando» en sus relaciones internacionales, aunque estos acuerdos frecuentemente no garantizan beneficios equitativos, ni generan un impacto sustentable en el país.
Decolonialidad y Terapias Contra el Neoextractivismo
El análisis plantea que las políticas actuales no abordan la raíz de los problemas profundamente enraizados en el legado colonial. La dependencia exagerada del petróleo ha socavado otros sectores económicos y obstaculizado el desarrollo de una economía diversificada y resiliente. La crisis de gestión de recursos y la ausencia de una visión de soberanía económica refuerzan un estado dependiente y vulnerable.
Las propuestas de «terapias descoloniales» se centran en repensar la narrativa y las prácticas económicas del país. Entre las estrategias sugeridas están la reforma del sistema crediticio local, la promoción de industrias no relacionadas con el petróleo y la transformación de las relaciones de poder que externalizan la gestión de los recursos. Solo así Nigeria podrá responder a los shocks externos, como la pandemia de COVID-19, y promover un desarrollo verdaderamente incluyente y sustentable.
Reflexión Final
El estudio de Fidelis Allen revela que, en definitiva, la historia petrolera de Nigeria no es solo una cuestión económica, sino también un reflejo de las heridas coloniales y de la lucha por la soberanía auténtica. El petróleo, en su condición de recurso estratégico, ha sido tanto una oportunidad como una trampa, revelando la necesidad urgente de una decolonización económica que priorice las voces locales y proyecte un futuro diferente.
Transformar la dependencia en autogestión, y reconocer las desigualdades estructurales, puede abrir camino hacia un modelo de desarrollo que verdaderamente beneficie a toda la población, en armonía con las aspiraciones de justicia social, ambiental y de soberanía. Solo así Nigeria podrá situarse en una posición donde sus recursos no sean solo un símbolo de riqueza, sino un catalizador de progreso genuino.