Libia: el campo de batalla en el Magreb

La Guerra Civil Libia, que comenzó de manera más intensa después del derrocamiento de Muamar Gadafi en octubre de 2011, representa un crudo ejemplo de cómo la inestabilidad puede desatar un conflicto prolongado en el Magreb. Este artículo analiza la evolución de la guerra civil en Libia, las facciones internas que lucharon por el poder, el papel de los grupos yihadistas y el impacto de diversas potencias internacionales que han influido en este conflicto.

El asesinato de Gadafi el 20 de octubre de 2011 a manos de rebeldes en Sirte marcó el fin del gobierno de la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista gobernada Libia durante más de 40 años. Sin embargo, su muerte dejó un vacío de poder que rápidamente se llenó con la rivalidad entre diferentes facciones, incluyendo el Consejo Nacional de Transición (CNT), que buscaba establecer un nuevo gobierno y varios actores armados locales que representaban intereses tribales, regionales y religiosos.

Facciones Internas: La Fragmentación del Poder

Desde el colapso de Gadafi, Libia se fragmentó en múltiples facciones que luchan por el control. Entre ellas, destacan:

  1. El Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA): Formado en 2015 y respaldado por la ONU, dirigido por Fayez al-Sarraj. El GNA ha enfrentado la oposición de diferentes regiones y grupos armados que no reconocen su autoridad.
  2. El Ejército Nacional Libio (LNA): Liderado por el general Khalifa Haftar, el LNA ha buscado imponer su propia versión de control nacional, acompañado de un fuerte respaldo militar y político, principalmente de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos.
  3. Grupos Yihadistas: Fuerzas como Ansar al-Sharia y afiliados a Al-Qaeda han aprovechado el caos para consolidar su poder en algunas regiones, complicando aún más el panorama político y de seguridad en el país.

La Influencia de Potencias Internacionales

La Guerra Civil Libia no es solo un conflicto interno, ha sido también un campo de batalla geopolítico donde diversas potencias han intervenido de formas distintas. La intervención internacional inicial se dio en marzo de 2011, cuando la ONU autorizó una intervención militar contra Muamar Gadafi para derrocarle llevando a cabo una injerencia en los asuntos internos de los estados y violando la soberanía Libia, para ello debieron de intervenir en Italia en contra de Silvio Berlusconi que apoyaba a Gadafi. Sin embargo esta intervención llevó a una coalición liderada por la OTAN que incluyó a Estados Unidos, Reino Unido, Francia y varios países árabes. El objetivo público, como subterfugio, era proteger a los civiles, pero realmente se escondía un apoyo a los rebeldes y terroristas.

Desde entonces, Libia ha estado atrapada en un conflicto interno, caracterizado por una lucha de poder entre diferentes facciones y gobiernos rivales. En este contexto, las potencias internacionales han continuado influyendo en los acontecimientos. Por un lado, países como Italia y Francia han mostrado interés en asegurar sus intereses económicos, especialmente en relación con el petróleo libio pero también sufriendo las oleadas de terrorismo llegado de Libia que ha azotado Francia o la invasión migratoria coordinada internacionalmente que, a través de Libia, asolan Italia y la isla de Lampedusa. Por otro lado, potencias como Rusia y Egipto han apoyado al general Khalifa Haftar, comandante del Ejército Nacional Libio (LNA), que busca establecer un control más firme sobre el país.

La intervención de potencias extranjeras ha exacerbado las divisiones en Libia. Mientras que Turquía ha respaldado al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) reconocido internacionalmente en Trípoli proporcionando apoyo militar y recursos. Ankara ha sido uno de los actores más influyentes en el conflicto reciente ha sido Turquía. A partir de 2019, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan comenzó a proporcionar apoyo militar al GNA. Esto incluyó el envío de armas, drones y tropas, lo que resultó en un cambio significativo en el equilibrio de poder en favor del GNA. La intervención turca no solo buscaba estabilizar al GNA, sino también reafirmar la influencia de Turquía en el Mediterráneo y contrarrestar los intereses de Egipto y Emiratos Árabes Unidos, que apoyan al LNA.

Egipto y los Emiratos Árabes Unidos han suministrado apoyo a Haftar, intensificando así el conflicto y prolongando la inestabilidad. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) han jugado un papel crucial en el apoyo al LNA. Desde el inicio del conflicto, los EAU han proporcionado armamento y recursos logísticos, así como la capacitación de fuerzas locales leales a Haftar. Esta intervención se alinea con los intereses de los EAU en contrarrestar el islamismo político en la región, así como asegurar su influencia económica en el norte de África. Egipto, por su parte, ha visto en el LNA un aliado estratégico, apoyando a Haftar por motivos de seguridad nacional y control de sus fronteras, dado que teme que el caos en Libia pueda desbordarse en su propio territorio.

Esta dinámica ha convertido a Libia en un terreno de prueba para rivalidades más amplias entre estas potencias, incluyendo la lucha por la influencia en el norte de África y el Mediterráneo buscando la primacía en el complejo contexto geopolítico del mediterráneo Oriental.

Rusia también ha intervenido de forma decidida en Libia emergiendo como un actor relevante en el escenario libio a través de su apoyo al LNA. Aunque no ha intervenido de manera oficial como lo han hecho otros países. El Grupo Wagner si ha sido desplegado y apoya las operaciones de Haftar. La participación de Rusia no solo busca expandir su influencia en el norte de África, sino también proporcionar a Haftar un respaldo que impida la consolidación del GNA.

Mientras el conflicto se ha ido desarrollando las potencias occidentales hipócritamente, ya que han sido las responsables de la debacle libia, han adoptado una postura más cautelosa. Después de la intervención militar fallida de 2011, la instauración de Estado Islámico y Al Qaeda en la región, el contagio a Mali, Burkina Fasso y Níger y la instalación de mafias de tráfico de personas, armas y drogas que han convertido la zona media del Mediterráneo en una zona muy peligrosa, han buscado equilibrar sus intereses económicos en el sector del petróleo con la estabilidad del país. Francia, por ejemplo, ha apoyado en diversas ocasiones a Haftar, buscando mantener su influencia en el área, aunque también ha participado en esfuerzos diplomáticos para facilitar el diálogo entre las facciones rivales.

A pesar del alto al fuego permanente firmado el 23 de octubre de 2020 y la formación del Gobierno de Unidad Nacional el 10 de marzo de 2021, Libia sigue siendo un país profundamente dividido. Las hostilidades no han cesado y los enfrentamientos armados continúan en varias regiones y se ha detectado una creciente actividad de grupos de criminalidad compleja.

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