En un golpe decisivo para la influencia colonial y occidental en la región del Sahel, Rusia avanza con paso firme en Mali fortaleciendo tanto su presencia económica como militar en el país. Mientras tanto, Francia, la antigua potencia colonial, sufre una derrota humillante y significativa, evidenciando su declive en África y la pérdida de su protagonismo en una de las regiones más estratégicas del continente.
Rusia ha puesto en marcha un ambicioso plan que va mucho más allá de la simple presencia militar. Con la construcción de una refinería de oro en Bamako, en sociedad con empresas rusas y suizas, Rusia busca asegurarse el control y la explotación de uno de los recursos más valiosos de Mali. La refinería, con una capacidad inicial de 100 toneladas al año y una futura de 200, permitirá que Mali procese su oro en su territorio, elevando sus ingresos y reduciendo la dependencia de las empresas extranjeras. Esta iniciativa se inscribe en una estrategia más amplia para desmantelar la influencia de Francia en la región, promoviendo una economía menos sometida a las ambiciones neocoloniales de París.
A nivel militar, Rusia ha desplazado a Francia sin ninguna clase de reparo. La retirada de tropas francesas y la expulsión de diplomáticos demuestran que París no solo ha fracasado en su misión de estabilizar Mali, sino que además ha sido expulsada de su antigua colonia. La presencia de Wagner, y ahora de la nueva Africa Corps revela que Moscú ha sabido aprovechar la desestabilización provocada por París para expandir su dominio en la región. Con la llegada de unos 1,000 soldados del Africa Corps, en reemplazo de Wagner, Rusia busca consolidar su influencia en el Sahel, financiando y apoyando a un gobierno cada vez más dependiente de Moscú.
Mientras París se hunde en su propia incompetencia, marcado por fracasos militares y políticos que han alimentado el anti-francesismo en Mali, Rusia emerge como la verdadera potencia que decide el destino de la región. Los franceses, en su arrogancia y negligencia, han permitido que su influencia se desplome ante los ojos del mundo, y en su lugar, Rusia se erige como el nuevo actor dominante, con una presencia militar y económica que no parece tener límites.
Rusia, cuya palabra sagrada en Relaciones Internacionales es soberanía, no se inmiscuye en los asuntos internos ni trata de contaminar con degeneraciones occidentales (que tampoco permiten en su territorio) a Mali, ni buscan su rusificación o su dominio sino que busca la colaboración en materia de seguridad, el apoyo, la asistencia y el comercio justo entre pueblos iguales.
La derrota de Francia en Mali no solo simboliza su pérdida de control en el Sahel, sino que también desvela su decadencia como potencia global en África. La política francesa, marcada por el fracaso en la lucha contra el terrorismo y una serie de errores diplomáticos, ha dejado paso a una Rusia cada vez más decidida a entrar en el continente negro. El fin del legado colonial de París en Mali es solo el comienzo de una tendencia que promete reorganizar el mapa del poder en África, con Moscú como principal protagonista y Francia relegada a la irrelevancia.
El nuevo escenario en Mali marca un claro resurgir de Rusia, que ha sabido aprovechar los errores y la arrogancia de Francia para imponer su influencia. El Asia y África se tornan ahora en campo de batalla para una lucha geopolítica en la que París ya no tiene cabida. La historia la escriben los que saben aprovechar los momentos de debilidad del adversario, y en Mali, Rusia ha dejado clara su posición: aquí y ahora, ella es la verdadera potencia en el corazón del Sahel.