La Iglesia y el Católico en el mundo moderno

Si algo ha definido el mundo moderno ha sido la negación de la verdad como elemento universal y completo, reduciéndolo en tiempos actuales a la idea nominalista de un concepto psicológico humano, más tarde en una percepción de verdad entre muchas donde elegir, todas igual de válidas, y por último al subjetivismo donde tenemos la potestad de crearnos nuestra propia realidad y religión a la carta.

En todo esto el católico navega en un mar hostil. La Iglesia también sacudida por los vientos de la modernidad (teología de la liberación, sacerdotes obreros, modificación de los medios de comunicación con los fieles, la interpretación doctrinal del Concilio Vaticano II, que era pastoral, etc…) confundieron al católico.

Entraron ideas prostestantizadas del amor de Dios como único atributo, obviando su justicia o su misericordia. Dejaron caer la idea de un pecado relativista siempre perdonado si se justificaba en los humores del comitente o en las necesidades circunstanciales del momento, lo cual justificaba el pecado como algo que era automáticamente perdonado basándose en la percepción psicológica de ser perdonado o en base a la idea de qué la transgresión cometida no era pecado desde un punto de vista subjetivista que justificaba y persistía en el error, ahondando en un pecado de soberbia y en una incapacidad de arrepentimiento real, ya que Dios es amor y siempre perdona.

Aborto, el gran crimen del siglo XXI.

Esto olvida el poder del arrepentimiento, el sufrimiento y la penitencia que es eso que nos turba sin hacernos malos y que no sólo no es un mal sino que es un bien; crimen y castigo para redimir la pena.

Sin embargo, la visión actual del pecado como algo menor y justificable en los términos ya descritos, se acercan mucho a las ideas antinomistas de oposición a la ley de Dios que dejan al hombre a su propia merced.

San Pablo en Timoteo 1, 3-8; 4, 1-5; 6, 3-5. Timoteo 2, 3-13. Corintios 2, 13-15. Gálatas 1, 6-9. Colonenses 2, 8 avisa de los falsos maestros y en el Antiguo Testamento, en 1 Reyes 13, 11-34 se cuenta la historia del profeta desobediente muerto por un león para mostrar el castigo de los adúlteros de la palabra de Dios.

Hoy ciertos sectores de la Iglesia se ha humanizado en exceso cuando la Iglesia es eterna y no puede cambiar y con su cambio ha cambiado a Cristo. Hoy en día se ha humanizado a Cristo en exceso hasta convertirlo de facto en un hombre extraordinario, pero un hombre. Esto también ha sido obra de muchos creyentes modernos que han andado tanto en la senda y la interpretación humana de Jesús hasta caer en la herejía del arrianismo, que junto con el gnosticismo y el judaizar siempre ha sobrevolado al Catolicismo. La herejía arriana hace olvidar la verdad que habita en el Evangelio así como la buena nueva.

Los vientos de esas nuevas doctrinas erradas, dadoras de miseria y muerte, generadoras de desesperanza, fallidas y basadas en ideas de pobreza y soledad así como se soberbia, cada día repiten el pecado original de decidir por si mismo lo que está bien y está mal negando la ley natural y la ley divina persistiendo en el crimen y la iniquidad.

La negación directa de Dios ha llevado a las sociedades al fracaso. Las ideologías materialistas como el socialismo o el liberalismo confundieron la libertad, que es el acto de conocer el bien y el mal por vía de la revelación y la racionalidad (que no son mutuamente excluyentes) y actuar en consecuencia. Confundieron libertad con libertinaje de la misma manera que el socialismo confundió el orden con la opresión.

La negación relativista iguala en un falso igualitarismo a todas las tradiciones, diluyendo la Iglesia de Cristo portadora de la verdad en el paisaje de otras creencias ajenas a la revelación de Dios y, por lo tanto acaban negando a Cristo.

Luego la negación del sincretismo y la confusión total que sirve al sistema globalista – homogeneizador, una continuación del relativismo. Ese sincretismo desacralizador es una de las marcas de la Bestia y su ideología.

La confusión del católico sólo puede solventarse con el reconocimiento de la iglesia como custodio de un depósito sagrado innegociable e inenagenable con la aceptación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo como dadores de vida y portador de la verdad eterna e inmutable. Verdad buscada y percibida por la razón del hombre antes incluso de la venida de Cristo y fuera del pueblo de la revelación, la razón y la revelación se necesitan para llegar a Dios porque la fé de Dios es razonable.

El descenso a los infiernos que reza el Credo fue para recuperar, pescar, las almas de aquellos que previamente, en su estado de naturaleza, intuyeron una realidad sufrema pero al estar fuera, en tiempo y espacio, de la revelación completa de Dios al hombre en Cristo, tuvieron que ser rescatados en el infierno, donde Jesús predicó ya que su razón permitió intuir a Dios, pero les faltaba el conocimiento total por vía de la revelación y la verdad.

Sin Dios el hombre no es nada, sus frutos son vacíos y se perderá en ideologías vanas y falaces laberintos como ahora, confuso. En Lucas 8, 22-25 se cuenta la historia de la tormenta y la barca, donde todos temieron hundirse pero Cristo paró la tormenta y exhortó a los apóstoles a tener más fé.

Es por esto que Cristo es la medida de todas las cosas, no el hombre. Dios es el final de la dictadura del relativismo y del subjetivismo enamorado del yo que no tiene idea de nada como definitivo, universal e inamovible.

El Dios vivo, el hombre verdadero es el cimiento de una fé auténtica que no debe caer en la trampa de tener que madurar o adaptarse. La vida, verdad y belleza se manifiesta en una liturgia y la tradición negada por muchos, porque es el único referente. Ahí la idea de San Vicente de Lerins cuando hablaba de la necesidad de la adhesión a lo antiguo cuando no se sepa que hacer en motivos de fé porque es el único referente, junto a la palabra, del amor de Dios vivo y su verdad en Cristo.

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