Desde principios del siglo XIX, la nación de Estados Unidos diseñó meticulosamente un plan para dominar y destruir la esencia de América Hispana, con la Doctrina Monroe como bandera. La supuesta protección, en realidad, fue un disfraz para conquistar y saquear los vastos recursos naturales, tierras comunales y mineras que pertenecían a los pueblos hispanos. La objectividad del imperialismo estadounidense ha sido siempre la misma: expandirse a costa del debilitado imperio español, que tras siglos de nobleza y cultura, levantaron un legado que ahora intenta ser borrado.
La estrategia fue clara: primero, aprovechar la coyuntura de la Guerra de Independencia de España contra la Francia de Napoleón y facilitar las revoluciones y separaciones de los virreinatos, aprovechando la debilidad económica y militar de un imperio español en declive. Luego, establecer un control absoluto sobre los territorios liberados por la fuerza: México, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, y otros. Estados Unidos no sólo se apropió de sus tierras, sino que instauró un plan de desintegración cultural y espiritual, promoviendo su propia cultura anglosajona violenta, superficial, alienante y anticatólica, como medio para quebrar la identidad hispana y cristiana que durante siglos había sido la base de su civilización.
Los golpes de Estado, las intervenciones militares directas y las operaciones encubiertas, desde Chile hasta Nicaragua, no son sino parte de un plan para despojar a los pueblos hispanos de su soberanía, su historia y su alma. Estados Unidos, con su arrogancia y su ambición expansionista, ha tratado de erigirse como el único guardián del destino del continente, disfrazando sus verdaderas intenciones bajo el manto de la «democracia», derechos humanos y paternalismo. Pero su verdadera agenda es el saqueo, la destrucción de las raíces culturales y religiosas, y la absorción total de estas naciones en su imperio financiero y militar.
A través de una propaganda masónica, sostienen la leyenda negra: una narrativa que deshumaniza y desprestigia a los hispanos y su legado. La promoción de una guerra cultural que desprecia la historia, la religión y la moral hispana, acompañada de la rápida infiltración de una cultura capitalista, protestante y sionista, busca destruir la identidad católica y hispana, debilitando la espiritualidad y el sentido de hermanamiento entre los pueblos que compartieron un pasado de grandeza.
El evangelismo protestante, la depreciada música occidental moderna y la cultura vacía son instrumentos de una guerra cultural que persigue acabar con la presencia del catolicismo en Latinoamérica, su alma espiritual y su tradición milenaria. La influencia de EE.UU. y la anglosfera en la región es, en definitiva, un intento de borrar la memoria cultural, histórica y religiosa del hispanismo universal.
En contraste, los hispanistas honestos en España y en las naciones hispanoamericanas no buscan imponer un imperialismo cultural ni político, sino sostener y fortalecer la hermandad cultural, espiritual y geopolítica que unió a los pueblos hispanos en una historia común. Su misión no es expandirse a costa de otros, sino crear un bloque político internacional basado en la resistencia cultural, la fe católica, el hermanamiento y el respeto mutuo, frente a la agresión imperial.
Es defender nuestras sociedades herederas del imperio, restaurar la grandeza y el modelo social que permitió siglos de desarrollo y que ha sido destruido por guerras entre los grandes adalides del mundo moderno: liberales y socialistas. Una vuelta a la realidad identitaria de nuestras sociedades post imperiales, en España también, podría ayudarnos a reencontrarnos con nosotros mismos, prosperar defendiendo nuestro bloque, colaborando en organizaciones internacionales hispanas comunes donde no quepa ningún elemento no hispano (sólo hispanoeuropeos, hispanoamericanos, hispanoasiáticos como Filipinas o hispanoafricanos como ecuatoguineanos y saharauis). Para ayudarnos y ofrecer un bloque claro.
Un bloque que acabe con el desarraigo cultural y geográfico, que permita a muchos inmigrantes volver a sus patrias en paz y desarrollo, como en tiempos antiguos fue una región estable y rica. Defender nuestras fronteras, nuestra identidad frente a los internacionalismos disolventes del mundo moderno.
El verdadero enemigo de América es Estados Unidos de América que atenaza desde hace doscientos años a México, al que le robó la mitad de su territorio y expolió riquezas y les trató como seres inferiores cuando el Imperio llamó a esas tierras Nueva España y la sembró de cultura y respeto por sus gentes, que se gobernaron por sus leyes (heredadas del foralismo peninsular) en sus concejos rurales y con sus propias lenguas (en España se escribieron en el siglo XVII gramáticas en Quechua y Nauhatl), entre otros.
El sistema que promueve este caos global y fomenta la destrucción de la identidad hispana y católica es Estados Unidos, enemigos jurados de España. La resistencia debe ser frontal y basarse en la cultura, el hermanamiento, el respeto al pasado imperial en el que grandes batallas como Lepanto o grandes obras como la de Cervantes eran obras del imperio y por lo tanto tan españolas como mexicanas, argentinas o colombianas, todo ello en un bloque geopolitico propio configurado en organizaciones internacionales económicas, sociales, políticas y militares para la defensa e imposición frente a todos de los principios de la Hispanidad restaurada.
La lucha por la recuperación de nuestra herencia, nuestra religión y nuestra cultura es la verdadera batalla del siglo XXI.
Especial mención a autores como Pedro Baños o Santiago Armesilla desde España, Marcelo Gullo desde Argentina o Juan Miguel Zunzunegui desde México.