Enrique III de Castilla frente a Tamerlán: la diplomacia audaz de Castilla

El siglo XV fue un periodo de cambios profundos que marcaron la historia mundial. Mientras en Europa se libraba la prolongada Guerra de los Cien Años, en la península ibérica surgía un Castilla en plena expansión. Este reino se consolidaba como una potencia emergente, enfrentando los restos del dominio musulmán en Al-Ándalus, tejiendo alianzas con las casas de Trastámara y Habsburgo, y explorando las rutas del Atlántico, con las Islas Canarias como punto de partida.

Por otro lado, la vecina Aragón también mostraba su poder en el Mediterráneo. Las incursiones de figuras como Roger de Flor y los almogávares demostraban su influencia en Oriente. En un escenario europeo dominado por conflictos entre Francia e Inglaterra, y sin una autoridad central en el Sacro Imperio Germánico, la política en la península ibérica empezó a adoptar un carácter de alianzas, comercio y diplomacia, rivalizando con las ciudad-estado italianas en intensidad y alcance.

A ese contexto se añadían los desafíos en el escenario oriental. El Imperio Bizantino, debilitado y en proceso de decadencia, enfrentaba la amenaza creciente de los turco-otomano, que pronto conquistaría Constantinopla. Sin embargo, en esas mismas tierras, un personaje de nombre Tamerlán surgía en las vastas estepas de Asia Central. El líder turcomongol ha pasado a la historia como un genio militar y un gobernante culto y eficaz, lleno de ambiciones, que buscaba restaurar la gloria de Genghis Khan y expandir su dominio, justificando su poder como defensor del Islam. Desde las tierras nómadas de Asia Central, Tamerlán dirigió un imperio gigantesco y exitoso, que atravesó desde las hordas de Asia Central hasta la destrucción del imperio Jorasmio, y culminó en su victoria en la Batalla de Ankara contra el sultán otomano Bayazid I.

La figura de Tamerlán generaba sentimientos encontrados en Europa, sin embargo no era considerado una amenaza, en Europa se creía que la verdadera amenaza radicaba en los otomanos, que estaban en camino de conquistar Bizancio y extender su influencia por los Balcanes y el corazón de Europa. La presencia de comerciantes y navegantes castellanos y aragoneses en las rutas que conectaban Oriente y Occidente mostraba la riqueza y el potencial de esa región, y alimentaba el interés europeo por las rutas de la seda, los descubrimientos en África y en América, y la necesidad de alianzas con poderosos líderes en Asia Central.

Dentro de este escenario, Castilla contemplaba la posibilidad de tejer alianzas con los poderes del Extremo Oriente, particularmente con Tamerlán, con quien compartía intereses comunes y enemigos: los otomanos. La intención de Enrique III de Castilla era establecer contacto directo con el líder turco-mongol para fortalecer la defensa contra los otomanos, impulsar relaciones comerciales y crear puentes diplomáticos con el objetivo de equilibrar la balanza de poder en la región.

Así, en 1403, solo un año después de comenzar la conquista de las Islas Canarias y de intensificar la lucha contra los musulmanes en la península, Enrique III envió una misión oficial a Samarcanda. La expedición no solo buscaba alianzas militares, sino también abrir canales para el comercio y la cultura entre Castilla y las tierras del lejano Asia. La comitiva, liderada por figuras como Ruy González de Clavijo y acompañada por fray Alonso Páez de Santa María, experto en relaciones interculturales, representantes de la corte y diplomáticos, partió hacia las tierras de Tamerlán con la esperanza de establecer una relación de respeto y colaboración mutua.

El relato de esta misión quedó reflejado en los escritos de Clavijo, quien describió en detalle las peripecias y los encuentros con el líder mongol. El objetivo era claro: fortalecer la posición de Castilla frente a los frentes musulmanes en su territorio y buscar aliados en un escenario mundial en constante cambio. La misión diplomática significaba un paso audaz en la política exterior de Castilla, en un momento en que Europa buscaba consolidar su presencia en los comercios orientales y en la lucha contra las amenazas del este.

En ese contexto, la figura de Tamerlán no solo representaba un poder militar formidable, sino también una oportunidad para Castilla, de ahí que el rey castellano viera en él un posible aliado que podría contrarrestar a los otomanos y fortalecer las relaciones con su imperio islámico, que controlaba la mitad de la ruta de la seda hacia China, gobernada en aquel momento por un joven Kublai Khan, en un esfuerzo por mantener el equilibrio de poder. La expedición a Samarcanda fue, por tanto, un intento de posicionar a Castilla en un escenario global, estableciendo relaciones con uno de los más grandes conquistadores de la historia.

Fue un éxito, una toma de contacto con la cultura iraniazada e islamizada de los pueblos turcos de Asia Central que acabarán dejando países tan importantes como la moderna Uzbekistán, donde se sitúan las grandes ciudades de Samarcanda y Bujará que Hafez Shirazi (contemporáneo de Tamerlan) cantó que las cambiaría por el lunar en el rostro de su amada.

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