El peligro del Islam político y social

El Islam ha sido estudiado de forma teológica e histórica en profundidad, sin embargo no se ha profundizado su vertiente como ideología política. El Islam no es una mera religión sino todo un sistema político de corte teológico que se sostiene sobre el Corán y textos auxiliares como la Sunnah: compilación de dichos y hechos de Mahoma y sus seguidores que constituye una hagiografía de facto tanto de él como de sus seguidores.

Esto constituye la primera etapa de un discurso enmarcado en torno a un líder carismático e importante que establece una doctrina pero más allá del Islam religioso, base y columna vertebral del sistema, existe un sistema político estructurado.

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El Islam, cuyo texto central como hemos dicho es el Corán apoyado por la Sunnah, son el núcleo del que emana la Sharía. La Sharía (al contrario que el Corán) no es un elemento indiscutible sino que está sometido a interpretación, de hecho existen varias escuelas jurídicas en el sunismo (Hambalí, Hanafí, Shafií y Malikí) y en el chiismo (Yafarí, Ismailí y Zaidí). Estas escuelas jurídicas regulan la sharía puesto que no existe un sólo corpus común sino que la sharía depende del contexto político por lo que es algo más que un mero digesto jurídico, ya que no sólo trata las cuestiones de derecho civil, penal, tributario, mercantil o internacional público sino que es un corpus gigantesco del que emanan usos y costumbres islámicos que rigen desde el aseo hasta la forma de comer.

Por lo tanto el nivel de control político sobre el individuo denota un poder social y una separación por clases (permeables) entre los kuffar (paganos o ateos), ahlul kitab (judíos, zoroástricas y cristianos) y los musulmanes; todos con un fuero jurídico diferenciado ya que no tienen los mismos derechos ni obligaciones; por ejemplo en este sistema para el ahlul kitab existe un impuesto lacerante llamado jizia que el musulmán no paga.

No existe una igualdad ante la ley ni entre comunidades ni entre sexos (la mujer tiene menos derechos que el hombre) y obviamente no existe libertad de expresión ni libertad religiosa para pasar entre religiones ni para declararse ateo. Todo pensamiento debe ser a favor del sistema político e ideológico que sostiene a ese estado.

Estas cuestiones y este modelo, que podríamos llamar dictatorial, tiene válvulas de escape y sistema de contrapesos social para soportarlo como pueden ser las ya mencionadas escuelas jurídicas, tendencias religiosas místicas como el sufismo o escuelas (Kalam) filosófico-teológicas, sin embargo este sistema de contrapesos provoca una radicalización de las estructuras religiosas; por ejemplo:

  • De la escuela teológica Mutazila (desaparecida) nace como contrapeso la escuela sunita Hambalí; base de las futuras escuelas protosalafistas y wahabistas;
  • De los diferentes sufismos nacen escuelas radicales como los talibanes nacidos de la tariqa deobandi, los Hermanos Musulmanes del cual su fundado (Hassan al Banna) fue iniciado en la escuela sufí al-Hassafiyya o la rebelión de los derviches en Sudán contra los británicos;
  • Sin olvidarnos de la persecución por parte del sistema de importantes filósofos como Averroes que, por la intransigencia del Islam político tuvo que abandonar Al Ándalus rumbo a Marrakech.

Al no poder existir ningún tipo de crítica, ni concilios para definir qué es la religión o cómo enfrentarse a problemas de índole social toda innovación en el sistema (aunque no afecte al corpus teológico) es considerado Bidá (innovación) lo cual está prohibido (es Haram) y esto no es un mero elemento estatal aislado sino que es una realidad social. El Islam político es un sistema pero, al mismo tiempo, es una respuesta contra el desarrollo del tiempo y las ideas.

Todo unido a que la expansión del Islam no es una cuestión misionera sino militar, el mapa del Islam hoy coincide con las fronteras de unos poderes islámicos previos: primero la espada y luego la dawa (predicación). El Islam político es un elemento imperialista, expansivo y desculturizador y sus líneas de fractura crean conflictos sangrientos incluso hoy.

Las líneas de fractura no son fronteras como meras demarcaciones geográficas sino lugares en los que la comunidad islámica choca con una comunidad no islámica y, en ese momento, nace el conflicto que, por desgracia, no ha quedado en la lejana Edad Media sino que se dan ahora. El Islam político en zonas homogéneas se transforma en teocracias en forma de monarquías o repúblicas.

En zonas heterogéneas se convierte en bantustanes regionales o guettos urbanos que tras la politización de la comunidad de creyentes se pueden dar (con relativa facilidad) el inicio de actividades terroristas cuyo objetivo es hostigar a la otra población para acabar con ella ya sea mediante masacres o desplazamiento, copar el poder de una región creando un estado paralelo o logrando separar partes del territorio como hemos visto en África, Oriente Medio o el Cáucaso; de hecho la estructura administrativa de estos emiratos está muy estudiada ya que se subdividen en wilayatos (provincias). Uno de los sueños de estos grupos es unir estos emiratos en un califato, cosa que hizo el Daesh.

¿Qué es un Califato? un gigantesco gobierno cesaropapista sobre los territorios de la Ummah islámica en general y sobre los musulmanes en particular incluso fuera del mundo islámico. Es un proyecto político excluyente que no comparte el poder ni la legitimidad sino que es fuente de legitimidad para los gobernantes bajo el mando del Califa; en definitiva, el Califa, en sí mismo, es la fuente del poder del califato y aquel que no le reconozca es declarado no musulmán mediante el takfir y se le combate hasta que reconozca al Califa o sea derrotado y sustituido.

Esos conflictos se han ido cronificando tras los procesos de reislamización desde los años treinta del siglo XX con los Hermanos Musulmanes, (aunque existieron conatos previos). Este proceso se ha ido acelerando desde los ochenta con la proyección mundial del salafismo y el wahabismo creando conflictos en las zonas donde la civilización del Islam político chocaba con otros elementos no islámicos, de ahí que existan conflictos graves y reales en regiones tan lejanas y diferentes como los Balcanes y el Cáucaso entre musulmanes y cristianos pero, también, en Sudán, Nigeria, Somalia o Eritrea entre cristianos y musulmanes también pero, al mismo tiempo, en Burkina Faso, Malí, Kenia o Níger entre musulmanes y animistas, en la India entre musulmanes e hindúes, Myanmar entre musulmanes y budistas, en China entre comunistas chinos han y musulmanes uigures.

Las fronteras del Islam, como forma política, se ha trasladado a Occidente con la creación de comunidades islámicas que, en muchos casos, viven de espalda a la sociedad en la que están enclavados. Curiosamente existe entre ellos una organización de tipo local pero sus instituciones a nivel estatal son débiles y apenas son capaces de defenderse frente a las oleadas ideológicas que les han ido llegando: el Islam llegó a Europa de forma masiva con la inmigración y lo hizo en su forma tradicional que, más tarde, sufrió la marrocanización de los años noventa y las posteriores oleadas de corte tablig o salafo-wahabista llegadas desde Arabia Saudí y la moderna turquización del Islam con la ofensiva del islamismo erdoganiano.

Los ataques yihadistas en Occidente no es otra cosa que un nuevo foco en esas fronteras sangrientas del Islam donde su inconsciente colectivo político-religioso con sus arquetipos (la civilización islámica) choca con el inconsciente colectivo de otro grupo político-religioso y sus arquetipos (otras civilizaciones) y, como las civilizaciones no se parasitan unas a otras como en los sistemas internos sino que compiten por copar el espacio físico nace el conflicto. Esos conflictos eran por expandirse, ocupar territorios y riquezas pero, con los choques de civilización, se ha convertido más en luchas por el asentamiento de una ideología en una región concreta.

No se buscan colonos, trabajadores que extraigan riquezas o el control de determinado punto estratégico sino asentar una ideología en una región.

El Islam político, como explicábamos arriba, es por naturaleza dictatorial bajo los parámetros de la democracia occidental pero, al mismo tiempo, es muy voraz y agresivo en sus actuaciones y críticas hacia un Occidente que dista mucho de ser la panacea o el paraíso en la tierra.

El Islam político, que no tiene voluntad de convivir sino de imponerse, busca profundizar las diferencias entre las culturas más que unirlas ¿cómo? creando un estado escindido. Países como Francia, Suecia o Reino Unido no puede ser parasitados por organizaciones islamistas (Islam político) debido a que no existen grietas en el sistema ideológico que sostiene los países de Occidente donde ellos puedan adherirse, al no existir un cerrojo que la llave islamista pueda abrir, la estrategia cambia.

El objeto del Islam político en Occidente consiste en replicar la estrategia de la «frontera sangrienta« y es mediante la parasitación del Islam religioso y sus comunidades de creyentes, la radicalización y politización y, de ahí, el conflicto y el guetto como forma de revelarse frente a un poder que no pueden conquistar y desde el guetto, convertido en santuario, se lanza la ofensiva social, política y armada.

Eso lo hemos visto en Kosovo, Bosnia, Chechenia, Nagorno-Karabaj, Cachemira o Myanmar en los choques «a campo abierto» entre comunidades y eso se replica en la lucha urbana de estas comunidades radicalizadas mediante una mezcla de religiosidad políticamente dirigida, anhelo de un pasado mejor que puede y debe volverse a repetir y, por último, una fuerte sensación de rechazo hacia todo aquello que no pertenece a ese sistema de creencia en un manifiesto maniqueísmo psicológico profundo.

¿Cómo se puede solucionar esto?; en primer lugar abandonando el buenismo, el victimismo y el negacionismo: los yihadistas (el Islam armado) y el islamista (el Islam político) sí son emanaciones del Islam, sus integrantes sí son musulmanes y sí se basan en los textos religiosos de esta ideología y la única forma que existe para acabar con ellos va más allá de la forma armada o de la mera represión.

La única forma para luchar contra ellos es la creación de un contrarelato basado no en las ideas occidentales sino basado en la cultura, usos, costumbres, tradiciones y la propia religión que anule esta tendencia que ha ido devorando el Islam desde la crisis del siglo XII con las fitnas, los cruzados y los mongoles. Establecer un concilio islámico en la cual se defina todas las líneas islámicas y se desprestigie el mensaje del Islam político. Aunque eso es imposible porque el Islam tiene una relación simbionte tóxica con la política.

Hoy el Islam ya no es aquella civilización fuerte, sabia y pujante de los filósofos, comerciantes y poetas. Hoy el Islam está más débil que nunca, amenaza su caída porque ha pasado de ser aquello a esto, está exhausta, carente de ideas y no se ve capaz de poder llegar, no ya a una ilustración, sino a un renacimiento. Es una religión parasitada por el virus del Islam político que ha saltado de la corte de los sultanes y califas a las mezquitas, madrasas y centros sociales afirmando los delirios imperiales que ha emborrachado a amplios sectores de la sociedad musulmana con una mezcla de fervor religioso y celo identitario ya que, sin eso, no se explica nada de lo que ha pasado.

¿Culpables?: los que promocionan los islamismos de todo signo; ¿los culpables?: aquellos que permiten el auge de esta ideología y pudiendo evitarlo no lo hacen; ¿los culpables?: los que miran hacia otro lado y justifican por miedo o connivencia…hay un problema, tienen un grave problema porque, sin saberlo, la crisis del siglo XII-XIII va a terminar por colapsar en el siglo XXI. (Foto: Wikimedia Commons)

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