Arabia Saudí es uno de los países más brutales del mundo. Se financia exclusivamente de la especulación basado en el precio del gas y el petróleo, del pago del Hajj (peregrinación religiosa islámica a la ciudad de La Meca) y de las inversiones en el extranjero. Es un país realmente poderoso pero un enano cultural, diplomático y militar. Asimismo es un estado realmente frágil y dividido en clanes y tribus, lo que la convierte en un estado conflictivo y feudal pero, también, está dividido religiosamente entre sunitas y chiitas.
Estos últimos viven bajo un régimen de apartheid que les expulsa del sistema y les relega a una posición delicada basada en el miedo, la represión y los asesinatos, como el caso de Zakariya al Jabir, degollado delante de su madre por un creyente wahabista frente a la pasividad de los civiles saudíes. Al mismo tiempo, dentro del régimen saudí, las mujeres apenas tienen derechos y las libertades básicas no existen, aunque los jóvenes, cada vez más lo anhelan pero están sometidos a una dura represión como en el caso Raif Badawi, represión que ha costado la vida a periodistas como Jamal Khassoghi y Turki bin Abdulaziz al-Jasser (ambos torturados y ejecutados) por criticar suavemente a la monarquía saudí.
Internacionalmente Arabia Saudí lleva embarcada décadas en una guerra por todo el mundo, desde la Guerra de Afganistán como aliado del presidente de Estados Unidos James Carter hasta el intento de destrucción de Siria a través de los terroristas de Al Qaeda y Daesh y el genocidio y constante crimen de guerra cometido en Yemen, y silenciado por los medios de comunicación occidentales.
Arabia Saudí es un peligro. Es, junto con el régimen genocida de Israel, los dos grandes peligros de Israel que han capitalizado la alta política estadounidense, abierta y fervientemente sionista, embarcando al gigante internacional a una serie de guerras y conflictos innecesarios que sólo han provocado muerte y destrucción y que, en ningún momento, se llevó a cabo para defender los intereses del pueblo de Estados Unidos, rehén también de sus políticos.
Arabia Saudí no está preparada, por su contexto social y cultural, para comenzar una transición hacia un sistema democrático de ningún tipo, ni liberal ni socialista. El wahabismo, que siempre ha sido una secta histriónica, psicótica, supersticiosa y minoritaria en el mundo islámico tuvo una edad de oro que abarcó desde los años ochenta y noventa hasta ahora, pero el modelo se está agotando.
A nivel internacional los estados se relacionan con Arabia Saudí por necesidad de petróleo y dinero, pero por nada más, incluso Trump ha manifestado abiertamente que no tiene simpatías hacia el régimen saudí, es más el asesinato de Khashoggi fue una trampa que la CIA puso al príncipe Mohamed Bin Salmán para parar sus pies.
El Wahabismo, dentro del sistema islámico, es una ideología desculturizadora, árida y extraña que se ha expandido a base de dinero y ha fagocitado las cuatro grandes escuelas jurídicas y culturales sunitas como la escuela Malikí, Hanafí, Shafi´i y Hambalí (la escuela sunita de Arabia).
Este sistema, que es la representación del actual poder de Arabia, no va a cambiar ni va a existir una transición sin una revolución que, sin más remedio debería ser de ideología islámica para triunfar. Y debería ser Hanbalí, de tal forma que la revolución saudí fuera el elemento tradicionalista que rompiera el elemento radical y desculturizador que ha eliminado la cultura de esta nación y mediante esta revolución se volviera a la senda nacional, en el fondo sería una revolución nacional-tradicionalista como la Revolución iraní de 1979.
Obviamente la revolución implicaría la soberanía territorial, salida de elementos lobistas -sionistas y militares extraños en territorio saudí (las bases de Estados Unidos) y diversificación de la economía, bajo premisas nacionales, como el caso de la compañía Saudi Aramco, la empresa petrolera saudí que fue poco a poco adquirida por el gobierno saudí para tener el control de sus recursos estratégicos.
Curiosamente una revolución así podría contar con el apoyo de los chiitas, los moderados y las mujeres de Arabia Saudí, ya que la escuela Hanbali, como las demás escuelas sunitas, no tienen la rigidez ni la violencia de la secta wahabista por lo que la situación interna del país se podría normalizar, no sin tensiones y conflictos, hacia una normalización de la situación de la mujer, de la minoría chií y de las libertades básicas y, al mismo tiempo, podrían normalizarse las relaciones con el resto de países de Oriente Medio, particularmente Qatar, Turquía e Irán, tres países básicos para guardar la seguridad y el desarrollo de la región y luchar de forma abierta, seria y comprometido contra el terrorismo internacional y contra el régimen genocida de Israel. (Foto: Wikipedia)
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