El caso Khashoggi ha demostrado la tremenda hipocresía con uno de los regímenes más terroríficos del mundo y, al mismo tiempo, uno de los que menos publicidad reciben ¿por qué? En primer lugar porque son compradores compulsivos de armas de primera generación de países como Estados Unidos, Arabia Saudí ha prometido el pago de 100 millones de dólares a Washington por la estabilización de las zonas de Siria liberadas por el Daesh pocos días después del incidente de Khashoggi.
España es un gran colaborador del gobierno terrorista de Arabia Saudí ya desde los años setenta cuando el Rey Fadh desembarcaba en Marbella a veranear y vivir del lujo, de hecho la proyección de la ciudad y de Puerto Banús, su buque insignia, se hizo para ellos. Pero también los acuerdos para la construcción del AVE La Meca-Medina o la venta de armas. España ingresó 932 millones de euros entre 2015 y 2017 por la venta de armas a Arabia Saudí más 2.000 millones de euros en nuevas adquisiciones bélicas.
Francia, Reino Unido y Alemania no se quedan atrás, sin embargo el país germano ha decidido cortar su línea de financiación basada en la venta de armas a este régimen terrorista, genocida y asesino. Gesto del que se desmarcan tanto España como el resto de países de la Unión Europea o Estados Unidos, que da por buena la excusa de que Khashoggi murió en el consulado saudí a causa de una pelea.
Cámaras del servicio secreto turco grabaron a funcionarios saudíes quemando documentos el día del asesinato del periodista. Sin duda uno de los políticos más cercanos a este incidente es el Presidente Erdogan. El Presidente turco tenía las pruebas de lo que había ocurrido con Khashoggi, sin embargo las ha usado de forma muy astuta atacando, de forma dosificada, a los saudíes tanto por el asesinato en sí como por haberlo realizado en territorio turco.

Funcionarios saudíes quemando documentos el día del asesinato de Khashoggi, (Daily Sabah)
Esto sirve a Turquía para desvincularse de Arabia Saudí, con la que tenía una creciente tensión por la vinculación Ankara-Doha y la presencia de tropas turcas en Qatar, su cercanía a los Hermanos Musulmanes más que al salafismo y wahabismo propugnado por Arabia y, por último, a las rivalidades regionales de ambos países para proyectarse en el valle del Tigris y el Éufrates.
La rivalidad y el desprecio de Erdogan hacia Israel, a la que ha criticado y atacado siempre que ha podido ha ido desplazándole a posiciones de «aliado circunstancial e incómodo» por parte de la Unión Europea y de Estados Unidos.
Si bien es cierto que Erdogan fue una pieza clave para el auge del Daesh por sus temores políticos con los kurdos, no es más cierto que el segundo ejército más importante de la OTAN después del de los Estados Unidos ha sufrido una serie de reveses por parte de Occidente, en primer lugar cuando se produjo el golpe de estado contra él por parte de Fetullah Gülen, refugiado en Estados Unidos y vinculado a la CIA. En aquel momento, que fue avisado por el servicio secreto ruso, Erdogan probó a los líderes europeos constatando que le abandonaron a su suerte.
Cualquier gobernante musulmán en el mundo, si confía en los occidentales tiene un profundo problema ya que desde hace años se ha demostrado que el gobernante musulmán un día puede ser amigo y al otro enemigo. Sólo remitámonos a los talibanes (recibidos por Ronald Reagan y protagonistas de Rambo III), Saddam Hussein o Muamar el Gadafi, entre otros.
Otro de los ejes de distanciamiento de Erdogan ha sido, precisamente, la campaña y las purgas contra los golpistas, que fueron calificadas como de poco democráticas pero, también, el nepotismo creciente en el gobierno erdoganiano y el situar a colaboradores y personas cercanas de su círculo en puestos de poder a todos los niveles. A partir de ahí las noticias de las vinculaciones con Daesh en la compra de petróleo robado a Siria o los negocios de su hijo Bilal con los yihadistas se hizo patente.
La ayuda de los Estados Unidos a los kurdos ayudaron a distanciar y acercar aún más a los turcos hacia posiciones de no alineados a nivel mundial, acercándolos a Rusia y a Irán, incluso haciendo un pulso a Arabia Saudí (aliado de Israel y Estados Unidos) apoyando a Qatar en la crisis del golfo.
Sin embargo Khashoggi no fue siempre un moderado o un disidente, estaba muy cercano a la familia real saudí y a Osama Bin Laden, de hecho le entrevistó en varias ocasiones, si bien su cercanía, a pesar de denotar ciertas simpatías ideológicas no significaron nada de peso ya que su relación era meramente periodista-fuente/entrevistado aunque el periodista siempre quiso influir en él, fue un defensor del sistema saudí posterior a 1979 aunque fue evolucionando hacia posturas en contra de los Saud y concretamente de Mohamed Bin Salmán, el príncipe heredero y hombre fuerte del reino que ha acusado al segundo al mando de los servicios secretos saudíes Ahmed al Asiri de ser el instigador del asesinato.
Khashoggi, curiosamente, con la cobertura de periodista trabajó como confidente de los servicios secretos saudíes, de ahí su notable influencia y su ascensión que, si bien se debió en gran parte a su talento, en el reino medieval y feudal del régimen terrorista saudí las influencias son básicas para ascender.
En todo caso Khashoggi es el hombre que intentó influir en el reino y trabajar por otra Arabia Saudí. Más sano y alejado de los postulados de los imames de la secta wahabí que atenazan al régimen.
Ante todo ello, a pesar de que ha sido un asesinato premeditado y ordenado por Mohamed Bin Salmán en el cual han concurrido miembros del servicio secreto saudí, militares y cuerpo diplomático, todo va a quedar sin ninguna contestación. Al final Trump acepta la versión de los saudíes sobre el que la muerte de Khashoggi fue por una pelea en el consulado de Arabia Saudí en Estambul y, tras las amenazas de los Saud, nadie actuará porque son muchos millones los que están en juego. (Foto: Wikimedia Commons)
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